“Conectados” unos a otros, nos olvidamos de amarnos los unos a los otros
Este acontecimiento litúrgico manifiesta el restablecimiento cósmico de toda la creación. Y nos demuestra que, en Cristo, el mundo entero es nuevamente un sacramento.
Todo nos remite a nosotros mismos: iPhone, iPad, iPod*, Facebook... “Yo”, “yo”, “yo”. Ese es el estado de nuestra cultura. La motivación comercial de estas tecnologías se basa en la idea que ayudan a las personas a mantenerse conectadas, pero lo que en realidad hacen es alejar a las personas del auténtico relacionamiento. Los jóvenes se vuelven dependientes de enviar mensajes por teléfono, al punto que son incapaces de comer la cena con el resto de la familia o ver tranquilamente una película, sin verificar constantemente sus smartphones. A pesar o por culpa de toda esta tecnología —que nuestra sociedad controla con el simple movimiento de un dedo—, las personas viven cada vez más aisladas. El suicidio, la drogadicción y la depresión siguen creciendo. Para compensar nuestra incapacidad de amarnos los unos a los otros plenamente, la sociedad promueve determinadas causas sociales, con tal de tranquilizarnos la conciencia. Ciertamente, las personas son incapaces de amar, aunque al mismo tiempo se involucran heroicamente en la solución de enormes problemas sociales al otro lado del mundo. Es inevitable recordar las palabras del Santo Apóstol Pablo: “Aunque reparta todos mis bienes entre los pobres y entregue mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, de nada me sirve” (I Corintios 13, 3).
En medio de todas estas ideologías y conceptos opuestos sobre lo que es el mundo, el cristianismo tradicional posee —paradójicamente— la sanación que encierra el Evangelio de Jesucristo. Este Evangelio sostiene, al mismo tiempo, el valor y el carácter único de la persona, y la unidad cósmica de todas las cosas, en Cristo. Respalda causas sociales muy valiosas en el mundo, pero enfatizando su propósito más profundo, que es el amarnos verdaderamente los unos a los otros. El Evangelio defiende los derechos del individuo, porque cada persona ha sido creada a imagen y semejanza de Dios, y tiene un valor intrínseco. El Evangelio abraza al mundo, pero no material o políticamente, sino que sacramentalmente. Uno de los ejemplos más profundos de esa fuerza sacramental en la vida litúrgica del cristiano ortodoxo es la fiesta de la Teofanía. Este acontecimiento litúrgico manifiesta el restablecimiento cósmico de toda la creación. Y nos demuestra que, en Cristo, el mundo entero es nuevamente un sacramento. En esta fiesta, la ecclesia (asamblea) no solamente celebra y conmemora el Bautismo de Cristo, sino que también participa de la Gracia de este santo acontecimiento. Es una realidad que no se termina. De alguna forma, por medio de la Gracia del Espíritu Santo, la Iglesia está presente en el río Jordán, viviendo místicamente este santo suceso. La alegría de esta festividad es tan grande, que la Iglesia no puede quedarse al interior de sus muros. Necesita congregarse afuera, en el santuario de la naturaleza, en algún río o lago, para la Gran Bendición de las aguas.
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* “I” significa “yo” en inglés. (N. del T.)
(Traducido de: Jonathan Jackson, Taina artei. A deveni artist după chipul lui Dumnezeu, traducere: Dragoș Dâscă, Editura Doxologia, Iași, 2016, pp. 135-136)