¡Conectémonos con lo verdaderamente bello y necesario!
Son tantas nuestras preocupaciones, que ya no somos capaces de levantar la cabeza para ver todas las bellezas que Dios nos da gratuitamente, todo lo que nos rodea. Vivimos a toda prisa y no podemos ralentizar nuestro ritmo de vida para disfrutar en compañía de otros…
¿Han visto qué hermoso se ve el cielo estrellado? No hace mucho tiempo, alguien me contó que conoce a una chica rumana que está casada con un muchacho procedente de China. Lo interesante es que, poco tiempo después de la boda, la chica empezó a notar que, cada noche, más o menos después de las 12, su esposo se iba del dormitorio. Una de esas veces, decidió buscarlo por toda la casa, para ver qué estaba haciendo. ¿En dónde lo encontró? En el jardín, tendido sobre el pasto, observanto extasiado el cielo.
—¿Qué haces aquí? —le preguntó.
—¿Que qué hago aquí? ¿Tú podrías dormir en ese cuarto, sabiendo que afuera hay tanta belleza? En China casi no es posible ver las estrellas o la luna, porque hay mucha contaminación. ¡No necesito dormir, si aquí puedo contemplar este cielo tan hermoso!
Y, en verdad, el chico pasaba entre 3 y 4 horas tendido en el jardín, admirando el espectáculo de la bóveda celeste. ¡Pero nosotros no sabemos apreciar semejante belleza! A veces pasan meses enteros sin que alcemos la mirada para ver las estrellas, la luna… para sentir esa callada alegría. Son tantas nuestras preocupaciones, que ya no somos capaces de levantar la cabeza para ver todas las bellezas que Dios nos da gratuitamente, todo lo que nos rodea. Vivimos a toda prisa y no podemos ralentizar nuestro ritmo de vida para disfrutar en compañía de otros… Y si a esto le sumamos el problema con la tecnología actual… Las personas se reúnen, pero para estar atentas a la pantalla del teléfono. No disfrutan la compañía del otro. ¡Dejemos esos dispositivos en su lugar! Cuando nos reunamos con otros, ¡mirémonos a los ojos, hablemos frente a frente, ayudémonos, abracémonos, alegrémonos, esuchemos lo que cada uno tiene que decir! ¡No nos damos cuenta de lo mucho que vale cada uno de esos momentos! ¡Renunciemos un poco a sentirnos atados a nuestro teléfono!
En nuestro hogar, hagamos un hábito el encontrarnos cada noche y conversar plácidamente. Eso sí, primero apaguemos los teléfonos y todo lo demás que nos distraiga. Al menos por una hora cada noche, pongamos todos los dispostivos en un rincón y reunámonos en una habitación donde no haya ninguno de ellos, y recobremos el gusto por conversar o jugar algo juntos.
Yo recomiendo mucho que los niños aprendan a jugar ajedrez y que hagan partidas entre ellos, porque es un juego muy útil para el desarrollo del cerebro y también para estimular la concentración. Al contrario, si dejamos que nuestros hijos hagan lo que quieren con sus dispostivos electrónicos, pronto veremos que pierden todo interés por aprender o hacer otras cosas. El uso excesivo de la tecnología suele crear dependencia. Y es muy difícil salir de eso. Luego, tratemos de juntarnos cada día todos los miembros de la familia y dejemos los dispositivos a un lado. Dediquemos un poco de tiempo para estra juntos, para hablar, para alegrarnos juntos. Si tenemos muchos hijos, salgamos afuera, juguemos con ellos en el parque, corramos con ellos. Hagamos cualquier clase de juegos. Incluso un partido de fútbol. Lo importante es salir de esa rutina. Además, procuremos que, cada noche, un miembro distinto de la familia lea en voz alta las oraciones respectivas, mientras los demás le escuchan.
(Fragmento de la conferencia “Sobre la Fe, la Esperanza y el Amor”, dictada por el padre Pimeno Vlad, stárets de la Celda “Presentación de la Madre del Señor” de la Skete Lacu del Santo Monte Athos, el 28 de septiembre de 2023)