La verdadera fuerza de la oración
Con la oración, el hombre se alza por encima de la vacuidad y banalidad del mundo. Atraviesa lo etéreo y llega a la morada de Dios, donde conversa con Él por medio de fervientes oraciones, hechas en Espíritu y verdad.
La oración fortalece las almas de los cristianos, mucho más de lo que el pan fortalece el cuerpo humano. Aquellos que oran día y noche, se esfuerzan en obtener lo que es bueno y eterno, lo cual piden permanentemente a Dios. Por ejemplo, en el caso del cuerpo humano, las venas tienen un rol esencial: gracias a ellas, el cuerpo se mueve armoniosamente y trabaja, según sus capacidades; sin embargo, si alguien le corta las venas, el hombre se debilita, se paraliza, y en cualquier momento podría sobrevenirle la muerte.
Algo parecido ocurre con la vida espiritual del hombre. Hay cristianos que practican una vida espiritual activa y dialogan con Dios, al orar en Espíritu y verdad. Sin embargo, aquellos que renuncian a una vida de oración, son como un hombre con las venas cortadas, que no se puede mover, ni correr, ni trabajar… finalmente, mueren. Con la oración, el hombre se alza por encima de la vacuidad y banalidad del mundo. Atraviesa lo etéreo y llega a la morada de Dios, donde conversa con Él por medio de fervientes oraciones, hechas en Espíritu y verdad.
(Traducido de: Protosinghelul Nicodim Măndiță, Învățături despre rugăciune, Editura Agapis, București, 2008, p. 50)