Palabras de espiritualidad

¡Confiemos siempre en los santos de Dios!

    • Foto: Bogdan Zamfirescu

      Foto: Bogdan Zamfirescu

Leyendo los milagros obrados por los santos, nos damos cuenta de que Dios siempre está al lado de cada uno de nosotros, y que Su ayuda viene en la misma medida de nuestra fe. O, mejor dicho, rebasa la medida de nuestra fe. Porque no somos dignos de Sus milagros, pero Él los sigue obrando en nuestra vida...

Es difícil expresar con palabras el nivel de espiritualidad alcanzado por San David de Eubea. Ciertamente, se puede hablar mucho de su forma ascética de vida, de sus sacrificios, de sus enseñanzas o de sus milagros. Hoy quiero hablarles del auxilio de San David para aquellos que enfrentan alguna tribulación. Decía San Jacobo Tsalikis: "¡Los milagros del Venerable David son muchísimos, incontables! Ni todo el papel, ni toda la tinta, ni todo el tiempo del mundo serían suficientes para describir los milagros obrados por él. Es un santo que está siempre presente en la vida de los fieles”.

Aunque no sea tan conocido como San Nectario de Pentápolis o San Juan el Ruso, los milagros de San David que han sido asentados por escrito a lo largo del tiempo, cada vez son más y más. Quienes dan testimonio de ellos son justamente quienes han sido sanados por el santo, o quienes han orado por otras personas, pidiendo la intercesión del santo, o aquellos que han recibido su auxilio de muchísimas maneras. En muchos de esos problemas y aflicciones reconocemos nuestras propias adversidades. En el dolor de esas personas reconocemos nuestro propio dolor. Y, si tenemos la misma fe que todas ellas, en su alegría y gratitud reconoceremos también las nuestras...

Quiero comenzar hablando de unos milagros que, de cierta manera, se asemejan, en su primera parte, a un telenoticiero. Nadie puede negar que la televisión ha venido a reeducarnos, y casi todos pasamos horas enteras viendo noticias sobre accidentes y otras formas de sufrimiento que muchos de nuestros semejantes tienen que enfrentar. “¿En dónde está Dios?”, se preguntan muchos. “¿En dónde estaba Dios cuando tuvo lugar ese incendio, esa inundación, ese terremoto?”. Leyendo los milagros obrados por los santos, nos damos cuenta de que Dios siempre está al lado de cada uno de nosotros, y que Su ayuda viene en la misma medida de nuestra fe. O, mejor dicho, rebasa la medida de nuestra fe. Porque no somos dignos de Sus milagros, pero Él los sigue obrando en nuestra vida...

Un día de junio de 1990, tres aviones militares sobrevolaban la zona donde se halla el Monasterio del Venerable David. De repente, uno de ellos empezó a perder altitud. En su vertiginoso descenso, la nave pasó rozando varios árboles con las alas. Todo parecía estar perdido. Pero, milagrosamente, una fuerza invisible levantó el avión, y este pudo volver a tomar altura como si nada hubiera ocurrido. Minutos después, al aterrizar en el aeropuerto, los encargados encontraron varios trozos de ramas incrustados en algunas de las partes flexibles el avión. Desde ese día, la madre del piloto empezó a orar mucho a Dios, pidiéndole que le revelara qué santo había salvado a su hijo. Y, una noche cualquiera, soñó que se le acercaba un monje y le decía que era San David, y que él había salvado a su hijo y a quienes le acompañaban aquel día. Antes de desaparecer, el monje le pidió que viniera al monasterio de Eubea, para venerar sus reliquias. Cuando, algún tiempo después, la mujer pudo visitar el monasterio en compañía de su marido, al ver el ícono reconoció inmediatamente al monje: “¡Este es el santo que salvó a nuestro hijo!”, exclamó, con el corazón lleno de felicidad.

Sin la intervención de San David, el avión se habría estrellado inexorablemente. Los telediarios habrían comentado con lujo de detalles el accidente. Pero todo esto ha llegado a nuestros corazones por una vía diferente… No todos tenemos la oportunidad de viajar en avión… pero todos viajamos por el mar de esta vida, y el maligno quisiera desatar una tormenta que pudiera comprometer nuestra vida. Pero, si portamos en nuestra alma a estos amigos celestiales, podremos alcanzar el puerto sin mayor dificultad.

(…) Es importante hablar también del agua del manantial del Venerable. Un día, vino una mujer que sufría de una terrible migraña. Después de venerar las reliquias de San David, salió a beber un poco del agua del manantial que hay en el monasterio. Mientras la bebía, vio la mano de San David bendiciendo el santificado arroyo. Y los dolores de cabeza de la mujer desaparecieron en el acto.

¡Cuántos milagros han ocurrido gracias a esa agua! Y no solo sanaciones. Algunas personas la utilizan cuando hacen pan, en vez de levadura, y la masa crece como si hubiera sido leudada....

Gran cantidad de peregrinos vienen al monasterio de Eubea. Algunos con mucha fe, otros por simple visita y otros como excursionistas, para conocer lugares hermosos… No olvidemos que el auxilio de los santos viene en función de la fe que tenemos en ellos. ¡Que nuestro Buen Dios nos ayude, para que de hoy en más nos pongamos a trabajar en nuestra salvación! ¡Pidamos siempre el auxilio de San David, para poder enfrentar las tentaciones y tribulaciones de esta vida! Amén

(Traducido de: Viaţa şi minunile Cuviosului David din Evvia, ediţie îngrijită de părintele Ignatie Dumitrescu, Editura Egumeniţa, p. 41-57)