Palabras de espiritualidad

Consejos espirituales de un santo del Monte Athos

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Cuando alguien se equivoca y acepta las observaciones que se le hacen, obtiene un provecho de ellas y se enmienda. Cuando, por el contrario, se justifica, lo que hace es extraviarse aún más.

Apotegmas de San Paisos el Hagiorita

Al comienzo, Dios nos da el fervor. Llegamos al monasterio. Después, nos quita un poco ese fervor, para que luchemos con humildad.

¡Tanta lucha, tanto denuedo para que el alma se desprenda de las cosas del mundo y, después, empieza a sentir nostalgia por el mundo! Aunque no piense en volver al mundo, sí que piensa en este. La mente, entonces, se convierte en una suerte de avión que no quiere aterrizar. Y esto es un éxito del demonio. Así, el monje malgasta su vida en el monasterio, en tanto su mente deambula por el mundo.

El monje jamás debe justificarse y mucho menos tiene que aceptar los pensamientos que quieran inducirlo a tal cosa. Solo así se purifica el corazón y el hombre es capaz de ver las cosas tal cual son.

Para que el “hombre viejo” muera, tienes que matarlo tú. El “hombre viejo” tiene que hacerse con la humildad para matar su egoísmo, su envidia, su orgullo, su terquedad, su propia voluntad. Cuando la renuncia a la propia voluntad deviene en algo importante paa el hombre, estamos cortando el árbol del “hombre viejo”. Con la renuncia a la voluntad propia viene la humildad.

Cuando amas a alguien más y a otro menos, tu amor no es divino.

El monje tiene que aceptar con sencillez y humildad todas las observaciones que se le hagan y permitir que todos los demás en el monasterio sean los artistas de su “hombre nuevo”. Debe, además, mantener su mente dirigida permanentemente a Cristo.

El que piensa solamente en sí mismo, no piensa en Cristo.

La compunción del corazón es la transformación espiritual interior al momento de orar. La persona tiene que vivir la presencia de Dios. Y entonces sentirá cómo se llana de gratitud, porque empezará a ver todo como una bendición de Dios.

Para ver al otro como un ángel, primero tienes que hacerte un ángel tú mismo.

Cuando alguien se equivoca y acepta las observaciones que se le hacen, obtiene un provecho de ellas y se enmienda. Cuando, por el contrario, se justifica, lo que hace es extraviarse aún más.