Desde la misma noche de bodas, recibe a tu esposa con templaza y enséñale a actuar con equilibrio, con afabilidad y a vivir honradamente. Que renuncie a toda avaricia, desde el mismo momento en que atraviese el portal de su nuevo hogar. Enséñale a ser juiciosa, a no utilizar cuentas de oro en las orejas, ni lujosos collares, ni a poner caros tapices en las paredes de la casa. Enséñale a no desear vestirse con costosas indumentarias ni comprar adornos de lujo.

Que su atuendo resplandezca, pero sin llegar a ser un insulto. Todo eso es cosa de insensatos. Tú, al contrario, decora tu casa con juicio, de manera que huela más a sobriedad que a perfumes. Dos cosas lograrás también con esto: tu esposa no se entristecerá cuando, al terminarse las nupcias, deban devolver todos aquellos atuendos llenos de abalorios y las vajillas de plata. En segundo lugar, dejaras de preocuparte por que nada de eso se extravíe.

Después, cuando pase todo el ruido del enlace, toma a tu esposa y fórmala bien, prolongando durante mucho tiempo el sentimiento de pudor. No busques extinguir pronto ese sentimiento. Porque aunque la muchacha careciera de él, seguramente sabe callar, por timidez ante ti y por la impresión de las nuevas realidades a las que está entrando. Así, que no se apague rápido ese sentimiento de pudor, como lo hacen los hombres adúlteros, sino que dure lo más posible, porque será de gran provecho para ambos. Con esto, tu esposa nunca se quejará de ti ni te reprenderá por esa decisión.

En consecuencia, obra guiado por el pudor, cual freno para el alma. ¿Acaso hay un mejor tiempo para formar a tu esposa, que ése en el que aún se ruboriza ante ti? Entonces, enséñale con sabiduría, porque su alma recibirá con agrado tus palabras. Y que entre los dos habite la más bella disposición espiritual: el pudor.

(Traducido de: Sfântul Ioan Gură de Aur, Sfaturi către miri - broșură, Editura Institului Biblic, București, 1942.)