Coronados con espinas...
Las aflicciones vienen a ablandar nuestro corazón petrificado, nos empujan a buscar a Dios en la oración y nos vuelven pobres de espíritu ante nuestros propios ojos.
En nuestro camino a la Patria celestial tendremos que enfrentar distintas aflicciones, porque no es posible ser coronados si antes no hemos cargado tenazmente nuestra Cruz.
¿Es correcto que nuestros pies caminen sobre alfombras de rosas, cuando nuestra cabeza lleva una corona de espinas? Las tribulaciones y las enfermedades son como medicamentos santos. De nosotros depende endulzarlos con nuestra fe y nuestras oraciones desde el corazón; sin embargo, usualmente somos nosotros mismos quienes amargamos esos remedios, cuando nos llenamos de impaciencia y permitimos que nuestra fe se debilite ante el cáliz de dolor.
Las aflicciones siempre son beneficiosas. Viniendo de la Providencia del Señor, ellas son medios para sanar nuestras enfermedades espirituales, humillar nuestra soberbia y mitigar las pasiones que haya en nuestro interior. Ciertamente, las aflicciones vienen a ablandar nuestro corazón petrificado, nos empujan a buscar a Dios en la oración y nos vuelven pobres de espíritu ante nuestros propios ojos.
(Traducido de: Cuviosul Bonifatie de la Teofania, Bucuria de a fi ortodox, Editura Sophia, Bucureşti, 2011, p. 65)