Palabras de espiritualidad

Creer con el corazón, confesar con la boca

    • Foto: Silviu Cluci

      Foto: Silviu Cluci

No basta con creer en Dios desde tu corazón, sino que debes dar testimonio de tu fe con tu boca.

El bandido empezó a creer que nuestro Señor Jesucristo era Dios, al verlo soportar el sufrimiento con tanta paciencia y mansedumbre. Entonces, viéndolo hacia arriba, porque la Cruz del Señor era más alta que la suya, pensó: “¿Qué mal ha hecho este hombre? Ha resucitado muertos y sanado enfermos; ha alimentado multitudes, a todos ha instruido con la palabra de la bondad. No es un pecador… ¡En verdad, es Dios!”. Esto mismo lo dice el Apóstol: “Con el corazón se cree para la justicia, y con la boca se confiesa la fe para la salvación”. Porque no basta con creer en Dios desde tu corazón, sino que debes dar testimonio de tu fe con tu boca, porque todos tenemos dos partes. Con el alma creo que es Dios, pero también debo confesar ese convencimiento con la boca. Por eso fue que el Señor dijo: “A quien me niegue delante de los hombres, Yo también le negaré delante de Mi Padre que está en los Cielos”. Luego, tienes que dar testimonio de Él con todo tu ser, con tus palabras y con tu corazón, con tu fe. Entonces, el bandido, quien creía en su mente que el Señor era Dios, ¿qué fue lo que pensó? “¿Acaso Dios me perdonará a mí también, si yo mismo he blasfemado como ese otro que está a la izquierda?”. Pensaba: “¡Este Jesús, que ora por quienes le crucifican, si no se enciende en ira contra los que lo han clavado en la Cruz, seguramente me perdonará a mí también, aunque durante toda mi vida me haya entregado al desenfreno, los homicidios, los robos, las blasfemias y la embriaguez!” Se acordaba de su vida de malhechor y se decía a sí mismo: “¿Es que todavía puedo arrepentirme? Si tuviera las piernas libres, haría postraciones, pero las tengo atadas. Si tuviera las manos libres, abofetearía al de la izquierda, porque no deja de blasfemar, y le diría: ‘¿Por qué insultas al apacible Jesús?’. ¡Pero es que también mis manos están clavadas!”. Pensaba él: “¿Qué me queda libre? ¡Mi lengua! Mi lengua no ha sido crucificada. Por eso, exclamaré desde cl corazón: ¡Acuérdate de mí, Señor, cuando estés en Tu Reino!”.

(Traducido de: Părintele Ioanichie Bălan, Ne vorbeşte părintele Cleopa —  vol. I, Editura Sfântei Mănăstiri Sihăstria, 1995, pp. 32-33)