Palabras de espiritualidad

“Cristo une el Cielo con la tierra” (Carta pastoral de Su Beatitud Daniel, Patriarca de Rumanía, 2022)

    • Foto: Tudorel Rusu

      Foto: Tudorel Rusu

Practiquemos un amor compasivo y solidario con todos nuestros semejantes, especialmente con aquellos que sufren por causa de la guerra. Llevemos la alegría de la Fiesta de la Natividad de nuestro Señor Jesucristo a los hogares para niños huérfanos, a los asilos de ancianos, ahí donde haya alguien enfermo, y también ahí donde haya tristeza, soledad y depresión, así como a las familias más necesitadas, dolientes y que enfrentan diversas tribulaciones. ¡Ahí donde podamos practicar el bien, hagámoslo, portando, en el alma y en nuestros actos, la alegría de los ángeles, los pastores y los magos que vinieron a Belén!

† DANIEL

Por la Gracia de Dios, Arzobispo de Bucarest, Metropolitano de Muntenia y Dobrogea, Lugarteniente del Trono de Cesárea de Capadocia y Patriarca de la Iglesia Ortodoxa Rumana.

Piadosísima comunidad monástica, muy venerable clero y cristianos ortodoxos de la Metropolía de Bucarest.

Gracia, paz y alegría de nuestro Señor Jesucristo, y, de nuestra parte, paternales bendiciones.

 

«¡Gloria a Dios en el Cielo y en la tierra paz, entre los hombres buena voluntad!». (Lucas 2, 14)

Piadosísimos y muy venerables Padres,

Amados fieles,

En el Credo ortodoxo damos testimonio de nuestra fe en «un solo Dios, Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra y de todas las cosas visibles e invisibles», en «un Señor Jesucristo, Hijo Unigénito de Dios […] engendrado, no creado, consubstancial con el Padre, por quien todas las cosas fueron hechas» y en «el Espíritu Santo, Señor, Dador de vida».

En consecuencia, el mundo creado es la obra común de la Santísima Trinidad. Sin embargo, cada Persona de la Santa Trinidad participa de una forma propia en la creación del mundo. Dios-Padre crea el mundo por medio del Hijo y del Espíritu Santo.

Así, en el libro de los Salmos podemos leer: «Con Su palabra, el Señor hizo los cielos y, con el soplo de su boca, todo lo que hay en ellos» (Salmos 32, 6). San Basilio el Grande explica este versículo: «La Palabra es la Palabra “que en el principio estaba con Dios” (Juan 1, 2) […], y el Espíritu Santo es el Espíritu de Su boca». [1]

El Nuevo Testamento nos demuestra que el misterio de la Encarnación de Cristo confirma un vínculo especial entre el Hijo de Dios y la creación, porque la Encarnación del Hijo de Dios es el propósito mismo de la creación del mundo (cf. Efesios 1, 4; 2 Timoteo 1, 9).

En la Carta a los Colosenses, el Santo Apóstol Pablo subraya con precisión la relación del Hijo de Dios con el mundo creado, visible e invisible: «Gracias al Padre que os ha hecho aptos para participar en la herencia de los santos en la luz. Él nos libró del poder de las tinieblas y nos trasladó al Reino del Hijo de Su amor, en quien tenemos la redención: el perdón de los pecados. Él es la Imagen del Dios invisible, Primogénito de toda la creación, porque en Él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles, los Tronos, las Dominaciones, los Principados, las Potestades: todo fue creado por Él y para Él, y Él existe con anterioridad a todo, y todo tiene en Él su consistencia. Él es también la Cabeza del Cuerpo, de la Iglesia» (Colosenses 1, 12-18).

Luego, el Santo Apóstol Pablo dice que el Hijo eterno del Padre es «la Imagen del Dios invisible, Primogénito de toda la creación, porque en Él fueron creadas todas las cosas». Esto significa que el Hijo tiene la vocación de anunciar y revelar, en el mundo creado, la iniciativa, la voluntad y el amor del Padre.

Con todo, el Hijo de Dios, «Primogénito de toda la creación», no es una criatura, sino el Hijo eterno, nacido del Padre antes de todos los siglos, es decir, es no-creado y anterior a la entera creación de todo lo visible e invisible.

La afirmación de que «todo fue creado por Él y para Él, y Él existe con anterioridad a todo, y todo tiene en Él su consistencia» significa que, aunque «el mundo creado es diferente del Hijo eterno, no puede separársele del Hijo». ¿Por qué? Porque Dios-Padre decidió crear el mundo visible e invisible para el Hijo.

El mundo es «el don de Dios para el Hijo», porque, en el plan de Dios-Padre, el Hijo encarnado tenía que «demostrar el amor de Dios por el mundo» (cf. Juan 3, 16). El mundo fue creado «por medio del Hijo», porque el Hijo tenía que venir al mundo y vivir en él como Dios-Hombre, para renovarlo y santificarlo desde su mismo centro, es decir, empezando desde el vientre de la Virgen, desde la gruta y el pesebre, y desde las aguas del Jordán.

Si, con la creación, el mundo es asentado espiritualmente (de forma gratífica) en el Hijo, con Su Encarnación, el Hijo viene a morar con un cuerpo en el mundo, hasta Su gloriosa Ascensión con el cuerpo a los Cielos.

Así pues, la relación del Hijo con el mundo creado comprende la vocación del Hijo de revelarles a los hombres el amor del Padre por el mundo y de exhortar al mundo a amar al Padre, para alcanzar la vida eterna (cf. Juan 3, 16).

Al mismo tiempo, el mundo creado en el Hijo-Imagen del Dios invisible, tiene en sí mismo la vocación de convertirse, para el hombre en la expresión visible del amor del Padre por el Hijo y del Hijo por el Padre. De este modo, ya desde el comienzo de su fundación, el mundo creado es llamado a convertirse en don u ofrenda de gratitud del hombre para con Dios, es decir, eucaristía.

Por el mismo hecho de haber sido creado en el Hijo-Imagen o Ícono del Dios invisible, el mundo tiene una vocación simbólica e icónica: la de simbolizar o sugerir el misterio de la presencia y acción del Creador invisible en el mundo visible. El salmista atestigua esta verdad, diciendo: «El cielo proclama la gloria de Dios y el firmamento anuncia la obra de sus manos» (Salmos 18, 1).

Y el Apóstol de las naciones dice, a su vez: «Porque lo invisible de Dios, desde la creación del mundo, se deja ver a la inteligencia a través de Sus obras: Su poder eterno y Su divinidad» (Romanos 1, 20). Desde luego, el mundo creado no es Dios, pero es obra Suya, ligada a Él y existente gracias a Él (cf. Hechos 17, 28). El mundo es distinto a Dios, porque es una realidad creada, mientras Dios es no-creado.

Aunque distinto de Dios, el mundo tiene su origen en la voluntad creadora de Dios, y su finalidad no es otra que participar en la glorificación de Dios, es decir, en la transfiguración del universo creado en el nuevo cielo y la tierra nueva, inmersos en la luz eterna y no-creada de Dios (cf. Apocalipsis 21, 1-6).

El mundo creado en el Hijo-Imagen o Ícono del Dios invisible es, al mismo tiempo, un mundo creado en el Hijo-Logos o Palabra de Dios (cf. Juan 1, 1-3). Entonces, en Jesucristo, el misterio de la Palabra se une con el misterio de la Imagen o con el misterio del Ícono.

Por eso, el mundo creado encierra en sí mismo la vocación de ser un lenguaje simbólico como don del Dios que no se ve, tanto para Su Hijo como para las personas humanas que sí se ven, creadas según la imagen del Hijo eterno del Padre.

En consecuencia, todas las leyes y luces del mundo creado, visibles o invisibles, son un lenguaje en misterio, icónico y simbólico, sostenido por la Persona divina del Hijo –Logos Creador, Palabra o Razón e Ícono o Imagen del Dios invisible.

Con todo, tanto la percepción como la comprensión de este lenguaje icónico se realiza solamente por medio de la gracia del Espíritu Santo, Quien procede del Padre (cf. Juan 15, 26), descansa en el Hijo (cf. Marcos 1, 10-11), certifica o confirma la comunión de amor del Padre con el Hijo (cf. Juan 14, 11; 15, 26; 16, 13; I Corintios 2, 10) y orienta la criatura hacia su Creador (cf. I Corintios 6, 19; Gálatas 4, 6).

Los teólogos de la Iglesia de los primeros siglos subrayaron que el Hijo es la Imagen del Dios invisible, en tanto que el hombre es imagen de la Imagen; es decir, el Hijo eterno del Padre es el prototipo utilizado cuando el hombre fue creado [2]. Entonces, el hombre es la imagen creada según la Imagen no-creada del Hijo.

El Hijo es la Imagen no-creada de Dios-Padre, y el hombre ha sido creado según la imagen del Hijo eterno, Quien habría de devenir en hombre al encarnarse.

En este sentido, San Atanasio el Grande dice que el Hijo de Dios «es único, y por naturaleza es la Imagen verdadera del Padre. Si fuimos creados siguiendo esta imagen, si tomamos el nombre de imagen y gloria de Dios, por esto no nos debemos agradecimiento a nosotros mismos, sino al hecho de que en nosotros reside la verdadera Imagen y la verdadera Gloria de Dios, Su Palabra, Quien se encarnó por nosotros». [3]

Asimismo, el hombre fue creado en conformidad con la imagen de la Santísima Trinidad. El insondable plural: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza» (Génesis 1, 26) fue explicado por los Padres de la Iglesia como la presencia activa de la Santisima Trinidad en la creación del hombre.

Para ser más precisos, el hombre fue creado según la imagen de la comunión eterna del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, para anunciar y exaltar en el mundo creado el amor de la Santísima Trinidad y para convivir en comunión de amor con Dios y los demás. «La palabra “hagamos” es utilizada para que puedas reconocer al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo», dice San Basilio el Grande [4].

La fina diferencia entre imagen y semejanza presentada por algunos Padres de la Iglesia demuestra la importancia de la libertad del hombre en el perfeccionamiento de su comunión con Dios y con sus semejantes.

Al respecto, San Basilio el Grande dice: «‟Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza”. Nosotros poseemos uno de esos aspectos (la imagen) desde el hecho de haber sido creados, y alcanzamos el otro (la semejanza) con nuestra voluntad […]. En realidad, Él (Dios) nos concedió, al crearnos, la posibilidad de la semejanza […]. Con la imagen, yo soy un ser espiritual, pero, al hacerme cristiano puedo alcanzar la semejanza». [5]

Creado según la imagen del Dios eterno, el hombre está llamado a alcanzar la semejanza con el Dios santo, es decir, la santidad y la vida eterna, por medio de la libre comunión con Él.

«Por obra de Dios», decía San Ireneo de Lyon, «el hombre vive, pero la vida del hombre es la visión de Dios». [6] Si la libre comunión del hombre con Dios es esencial para alcanzar la semejanza con Él, es decir, la santidad y la vida eterna, la ruptura de esa comunión por causa del pecado de la desobediencia a Dios llevó al hombre a la muerte y la descomposición (corrupción), que son contrarias a la vocación del hombre creado a imagen del Dios vivo (cf. Génesis 3, 19; Romanos 6, 23; 1 Corintios 15, 21-22).

Por este motivo, el Nuevo Testamento no considera la muerte del hombre un fenómeno natural, sino un enemigo del hombre, del cual Cristo nos libera con la absoluta obediencia a Dios en la Cruz y con Su Resurrección (cf. 1 Corintios 15, 26; Apocalipsis 21, 4). Igualmente, la entera creación enviciada «será librada de la esclavitud de la corrupción para participar de la gloriosa libertad de los hijos de Dios» (Romanos 8, 21). 

Amados hijos e hijas espirituales, 

Explicando el propósito y la inconmensurable importancia de la Encarnación y el Nacimiento de Cristo como hombre, San Máximo el Confesor dice: «Cristo es el gran misterio oculto, el feliz objetivo, el propósito por el cual todo fue hecho […]. Viéndolo a Él, Dios llamó todo a la existencia. Porque, para Cristo, para Su misterio, han existido todos los siglos y todo lo que ha comprendido cada uno de ellos. En Cristo, todo tiene su principio y su final. Esta unión fue decidida desde el inicio del mundo: la unión de lo que es finito con lo que es infinito, de lo que es medible con lo que no se puede medir, de lo que tiene límites con lo que no los tiene, la unión del Creador con la criatura, de la inercia con el movimiento, Cuando llegó el tiempo propicio, esta unión se hizo visible en Cristo, trayendo consigo la realización de los planes de Dios». [7]

La salvación del hombre significa sanarlo del pecado y de la muerte, para que pueda participar de la vida divina y eterna.

San Ireneo de Lyon expresa de este modo el objetivo de la Encarnación de Cristo: «Esta es la razón por la cual la Palabra de Dios se hizo carne y el Hijo de Dios, Hijo del Hombre: para que el hombre entrara en comunión con la Palabra de Dios y, recibiendo esa filiación, se hiciera hijo de Dios». [8]

En consecuencia, el Hijo de Dios, Jesucristo, desciende al mundo para nacer, crecer y salvarnos, reconciliándonos con Dios (cf. II Corintios 5, 18-19) y unir el cielo con la tierra.

En este sentido, el don de la paz del alma o de la reconciliación del hombre con Dios, consigo mismo y con sus semejantes, es algo que se pide con la oración y se cultiva con los pensamientos, las palabras y los actos, de manera que la paz interior del alma pueda convertirse en una fuente de paz social, de paz en el seno de la familia, en la comunidad y en el mundo.

Los Santos Padres de la Iglesia nos enseñan que las pasiones egoístas, como la gula o la codicia más obsesiva, así como el amor al poder, los placeres y otras cosas semejantes, generan solamente turbación en el alma, y ese estado se refleja después en las relaciones entre las personas, que se vuelven irascibles e incluso violentas, especialmente debido a las injusticias y los sufrimientos causados por la gula o el deseo de algunos pueblos de someter a otros.

Cuando el pensamiento humano se ve oscurecido por las pasiones del egoísmo, genera desórdenes e incontables maldades en el alma y en la sociedad; en cambio, la sabiduría que viene de Dios es «pura y, además, pacífica, benévola y conciliadora; está llena de misericordia y dispuesta a hacer el bien; es imparcial y sincera» (Santiago 3, 17-18).

Esta serena sabiduría se alcanza especialmente con la humilde e incesante oración de la mente y el corazón, como nos enseñan los Santos Apóstoles y los Santos Padres hesicastas de la historia de la Iglesia.

Cristianos ortodoxos, 

El Santo Sínodo de la Iglesia Ortodoxa Rumana ha declarado el año 2023 como “Año de homenaje al trabajo pastoral con personas de la tercera edad” y “Año conmemorativo a los himnógrafos y cantantes eclesiásticos”.

Al igual que en años precedentes, en el paso de un año a otro, es decir, en la noche del 31 de diciembre de 2022 al 1 de enero de 2023, y en el día de Año Nuevo, elevemos nuestras oraciones de agradecimiento a Dios por todas las bondades que hemos recibido de Él en el año 2022 que finaliza, además de pedirle Su auxilio para todo lo bueno y provechoso que emprendamos en el Año Nuevo 2023 que está por empezar.

Recordemos en nuestras oraciones a nuestros compatriotas que se hallan fuera de Rumanía, a los que viven cerca de las fronteras de nuestro país y a los que forman parte de la diáspora rumana, para que podamos guardar, con mucho amor fraternal, la unidad en la fe y la unidad como pueblo.

Cultivemos la paz de Cristo en nuestros corazones, por medio de la oración y las buenas acciones, y pidamos por la paz entre las naciones.

Practiquemos un amor compasivo y solidario con todos nuestros semejantes, especialmente con aquellos que sufren por causa de la guerra. Llevemos la alegría de la Fiesta de la Natividad de nuestro Señor Jesucristo a los hogares para niños huérfanos, a los asilos de ancianos, ahí donde haya alguien enfermo, y también ahí donde haya tristeza, soledad y depresión, así como a las familias más necesitadas, dolientes y que enfrentan diversas tribulaciones. ¡Ahí donde podamos practicar el bien, hagámoslo, portando, en el alma y en nuestros actos, la alegría de los ángeles, los pastores y los magos que vinieron a Belén!

Con ocasión de las Santas Fiestas del Nacimiento del Señor, el Año Nuevo 2023 y el Bautismo del Señor, reciban nuestras bendiciones paternales, nuestros votos por la salud, la salvación, la paz y la felicidad de cada uno y cada una de ustedes, y un gran auxilio de Dios en cada acto de buena fe, junto con el saludo tradicional: “¡Por muchos años!”.

«La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo permanezcan con todos ustedes» (II Corintios 13, 13). 

Orando por ustedes ante nuestro Señor Jesucristo,

† Daniel

Patriarca de la Iglesia Ortodoxa Rumana

Notas:

[1] San Basilio el Grande, Tâlcuire duhovnicească la Psalmi ⁅Interpretación espiritual de los Salmos⁆, trad. de Olimp Căciulă, Ed. IBMBOR, Bucarest, 2009, pp. 110-111. Ver también: Daniel, Patriarca de la Iglesia Ortodoxa Rumana, Comori ale Ortodoxiei. Explorări teologice în spiritualitatea liturgică şi filocalică ⁅Tesoros de la Ortodoxia. Exploraciones teológicas en la espiritualidad litúrgica y filosófica⁆, Ediţia a II-a, revizuită şi îmbogăţită, Ed. BASILICA a Patriarhiei Române, Bucarest, 2021, pp. 358-362.

[2] Ver L’homme – icône de Dieu. La Genèse relue par l’Église des Pères ⁅El hombre, ícono de Dios. El Génesis releído por los Padres de la Iglesia⁆, texte traduit par Adalbert Gautier Hamman et autres, Editions Migne, París, 1998, p. 31.

[3] San Atanasio, Orationes adversus Arianos ⁅Discursos contra los arrianos⁆, III, PG 26, 10; 341C-344A; cf. Daniel rousseau, L’icône – splendeur de ton visage ⁅El ícono, esplendor de tu rostro⁆, D.D.B., París, 1982, p. 20.

[4] Basilio de Cesárea, L’homme créé à l’image de Dieu ⁅El hombre creado a imagen de Dios⁆, 4; cf. L’homme – icône de Dieu ⁅El hombre, ícono de Dios⁆…, p. 179.

[5] Basilo de Cesárea, L’homme créé à l’image de Dieu ⁅El hombre creado a imagen de Dios⁆, 16; cf. L’homme – icône de Dieu… ⁅El hombre, ícono de Dios⁆, pp. 190-191.

[6] Adversus Haereses ⁅Contra los herejes⁆ IV, 20, 7, cf. Irenée de lyon, Contre les hérésies, trad. française par Adelin Rousseau, Ed. du Cerf, París, 1984, p. 47.

[7] San Máximo el Confesor, Răspunsuri către Talasie ⁅Respuestas a Talasio⁆, în Filocalia, vol. 3, Ed. IBMBOR, Bucarest, 2013, p. 373.

[8] Adversus Haereses ⁅Contra los herejes⁆  III, 19, 1, cf. Irenée de lyon, Contre les hérésies, p. 368.