Cristología de la Navidad. Entrevista con el Met. Hierotheos Vlachos
Si no sentimos esto, es que Jesús no ha nacido aún para nosotros, y sería atroz celebrar la Navidad sin sentir nuestro propio renacimiento. Sería como festejar el nacimiento de un niño que no está presente al nacer.
La palabra Χριστούγεννα (Natividad) significa “Nacimiento de Cristo”. ¿Podría explicarnos el propósito del Nacimiento de Cristo y, en general, por qué se encarnó la Palabra de Dios? ¿Podría haber encontrado otra forma de salvar a los hombres?
—De acuerdo a la tradición bíblico-patrística, el propósito de la Encarnación de la Palabra de Dios es la deificación de los hombres, lo cual significa que Aquel que por naturaleza es Dios, se hizo hombre, para que nosotros, por la Gracia, nos volviéramos semejantes a Dios. En una de sus homilías, San Atanasio el Grande dice que Dios envió a los profetas del Antiguo Testamento para que le hablaran a Su pueblo; sin embargo, al final el problema consistía en el modo en que el hombre habría de deificarse y cómo librarlo de la muerte. La ley no podía salvar; sin embargo, sí que preparó al pueblo para aceptar a Jesús, motivo por el cual afirma San Pablo “la Ley nos conducía al maestro, a Cristo” (Gálatas 3, 24). Con Su Encarnación, Cristo unió en Su persona la naturaleza humana y la naturaleza divina, como medicamento de la deificación, y recibió un cuerpo santo, pero también mortal y sometido al sufrimiento, para sufrir y vencer a la muerte. Por ejemplo, cuando se descubre o se crea un medicamento, se les da a todos los enfermos para que sanen. Lo mismo ocurrió con la Encarnación de nuestro Señor, que vino a ofrecernos el medicamento de la inmortalidad, de acuerdo a San Ignacio el Teóforo.
¿Qué dice la historia sobre el suceso del Nacimiento de Cristo (tiempo, espacio, circunstancias, persecución, etc.)?
—Hay dos ideas que podemos retomar del suceso de la Natividad de nuestro Señor. La primera es el amor de Dios por la humanidad, Su infinita bondad, que es, como dice San Máximo el Confesor, tanto amor como objeto del amor; este amor viene al hombre y, como objeto del amor, atrae hacia Sí a aquellos que responden a Su amor. La segunda es la tragedia del hombre caído (en pecado), quien no entendía la buena voluntad de Dios, cosa que habría de provocarle numerosos sufrimientos. Esta es también una realidad contemporánea. En verdad, a día de hoy hay una lucha entre la bondad de Dios y la apostasía del hombre caído. Es terrible que el hombre rechace y se oponga al amor de Cristo, que se le ofrece de distintas formas.
¿Por qué Cristo nació de la Virgen María, por qué entre los judíos, y por qué no eligió otra mujer?
—Cristo es Aquel a quien esperaban los pueblos (Génesis 46, 3), porque todos esperaban un redentor, un salvador. Esto lo podemos ver también en la Grecia antigua, como en la trilogía de Esquilo (Prometeo encadenado, Prometeo liberado y Prometeo portador del fuego) y en Sócrates, al igual que entre los pueblos orientales. Sin embargo, los profetas prepararon mejor al pueblo hebreo para la venida del Señor. La Virgen María se convirtió en Su madre, porque, de acuerdo a lo que dice San Gregorio Palamás, antes de la Anunciación ella ya había alcanzado la deificación, hallándose en el Santo de los Santos. Con todo esto, Cristo Encarnado llamó a todos los pueblos a hacerse Su iglesia y se hizo el Salvador de toda la humanidad, en tanto que Su obra adquirió un carácter de universalidad.
Cristo nació en el tiempo. La segunda persona de la Santísima Trinidad “nació”. ¿Por qué no se fue el Padre quien se encarnó, o el Espíritu Santo?
—Con Su nacimiento, Cristo entró en la historia y en el tiempo; así, vino a santificar tanto a la primera como al segundo. La Encarnación de la segunda Persona de la Trinidad tuvo lugar, de acuerdo a San Juan Danasceno, por dos motivos. El primero, porque el Hijo —y Palabra de Dios— fue el prototipo de la creación del hombre, es decir que el hombre fue creado a semejanza de la Palabra; luego, era por medio de la Palabra que debía ocurrir la restauración del hombre. El segundo motivo es que la Palabra nació antes de todos los tiempos, con Su divinización, del Padre, y debía nacer en el tiempo adecuado para Su humanidad, para que este rasgo (el nacimiento), no sufriera ningún cambio y siguiera siendo el mismo. Así fue como el Hijo de Dios devino en Hijo del hombre.
Con todo, la Encarnación de la Palabra de Dios es obra de la Trinidad entera, porque el Padre quiso, el Hijo se encarnó, y el Espíritu Santo colaboró en la Encarnación. En tanto que nosotros, por Cristo, en el Espíritu Santo conocimos al Padre. Luego, todo es hecho en trinidad.
Escuchamos que la Natividad fue anunciada por los profetas. ¿Qué dijeron ellas del Nacimiento del Hijo de Dios?
—El Nacimiento de Cristo fue anunciado por los profetas de una manera muy clara. Isaías, quien es considerado la voz más fuerte de entre ellos (por San Juan Crisóstomo) y el quinto Evangelista (por el beato Jerónimo), anunció el nacimiento de Cristo de una Virgen. El profeta Miqueas anunció el lugar, Belén. Jeremías habló del asesinato de muchos niños. Por su parte, el profeta Oseas anticipó la huída de Cristo a Egipto, en tanto que el profeta David habló de la visita de los Reyes Magos. Todo fue anunciado en el Antiguo Testamento.
¿Qué significa el himno que cantaron los ángeles cuando Cristo nació: “Gloria a Dios en los cielos, paz en la tierra, entre los hombres buena voluntad”? ¿A qué paz se referían los ángeles y qué significa “entre los hombres buena voluntad”?
—La paz a la que se referían los ángeles es la unión de las naturalezas divina y humana en la Persona de Cristo. Él asumió la naturaleza humana en Su Persona y la deificó, volviéndose paz para la naturaleza humana caída, de manera que a cada hombre se le concediera la oportunidad de participar de esa paz, viviendo en el seno de la Iglesia con sacrificio y santidad. La Iglesia es el lugar en donde el hombre vive el amor y la paz de Dios.
En lo que respecta a la “buena voluntad”, como demuestra San Nicodemo el Hagiorita, quien utilizó numerosos textos patrísticos para argumentar sus afirmaciones —como los de San Máximo el Confesor y San Gregorio Palamás—, significa que el hecho de que Cristo recibiera la naturaleza humana fue primero voluntad de Dios para la deificación de la humanidad. La deificación del hombre no podía ocurrir sin una unión hipostática de las naturalezas divina y humana, entre la naturaleza creada y la no-creada. Con todo esto, tanto la ley, por medio de Moisés como las palabras de los profetas, no eran perfectas (según la voluntad de la concesión) como consecuencia de la caída, pero se perfeccionaron con la Encarnación de Cristo. Esta es la diferencia entre la voluntad agradable y de acuerdo a la concesión. La Encarnación de Cristo era el plan original de Dios, Su buen deseo. Lo que apareció después de la caída de Adán fue la cruz y la muerte.
Muchas cosas se han escuchado sobre la estrella de Belén y los Magos. ¿Cómo interpretaron los Santos Padres estas cosas?
—Los astrónomos intentan explicar la aparición de aquella estrella. Sin embargo, la estrella no puede ser interpretada con explicaciones científicas, especialmente si observamos que se movió de este a oeste y de norte a sur, se ocultó y volvió a aparecer, para conducir a los magos, y después descendió y señaló el sitio del Nacimiento de Cristo. Por eso, los Padres de la Iglesia dicen que la estrella era un ángel luminoso, el mismo Arcángel Gabriel, quien guió a los magos y les reveló la Encarnación de Cristo. San Juan Crisóstomo dice que no era una estrella, sino que una fuerza invisible se convirtó en algo semejante a una estrella. Esta interpretación patrística es representada en algunos íconos, en los cuales la estrella aparece con el aspecto de un ángel.
La Encarnación de Cristo es llamada también “despojo de sí mismo” y “condescendencia”. ¿Qué significan esos términos?
—El término “despojarse” fue interpretado por el Santo Apóstol Pablo, cuando escribe sobre Cristo: “El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de Sí mismo tomando condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz” (Filipenses 2, 6-8). De acuerdo a San Juan Crisóstomo, el término “despojarse” no significa una transformación, una migración, o la pérdida de la naturaleza divina, sino que Cristo, como Dios, siguió siendo lo que era: “Y el Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros”.
Ese “despojarse” se halla asociado con la condescendencia (o buena voluntad), porque Cristo asumió la naturaleza humana sin apartarse de Su naturaleza divina, la gloria de la divinidad, motivo por el cual es generoso con los hombres, sin perder un ápice de Su gloria. En el canto del acatisto se dice: “Porque fue gracias a la buena voluntad de Dios,,,”. Aquí radica la grandeza de Dios, como dice San Juan Damasceno: “Él se humilló sin humillar Su excelso estado, que no podía ser humillado”. Así se nos enseña cómo debemos vivir nuestro propio “despojarnos de nosotros mismos”, como una expresión del amor a Dios y a los demás.
De esta manera, el descenso de Dios a la tierra significa la aceptación de la naturaleza mortal de un cuerpo sometido al sufrimiento, y el ascenso de Cristo a los cielos significa la liberación del cuerpo de la corrupción y la muerte.
Cristo nace eternamente y Cristo nace en nosotros. ¿Qué puede decirnos al respecto?
—De acuerdo a lo que expone San Máximo el Confesor, Cristo nació una sola vez en un cuerpo como el nuestro, pero sigue naciendo espiritualmente en aquellos que se unen a Él. El Nacimiento de Cristo en nosotros, que es experimentado como nuestra propia regeneración, tiene lugar por medio de la vida santa de la Iglesia, especialmente con la Santa Comunión, cuando comulgamos con oración, arrepentimiento y una vida de paz, que es llamada la “tradición vigilante de la Iglesia”. Por eso, San Juan Crisóstomo nos habla de una Natividad eterna, un Pentecostés eterno.
Cuando leemos los escritos de San Simeón el Nuevo Teólogo, entendemos qué significa que Cristo nazca en nosotros. Debemos sentirlo moviéndose en nuestras entrañas, tal como una mujer encinta siente a su hijo. Nuestra unión con Cristo no tiene lugar de forma abstracta, sino existencial y espiritual, y es experimentada tanto mental como físicamente. Sentimos que en nosotros pervive la contrición, el amor a Dios y a los demás, el sentido de la vida eterna, la transformación de las pasiones, una oración incesante y, finalmente, con la voluntad de Dios, el hombre puede llegar a ver a Dios con Su luz no-creada. La Natividad del Señor tendría que dar a luz nuestra regeneración espiritual. Si no sentimos esto, es que Jesús no ha nacido aún para nosotros, y sería atroz celebrar la Navidad sin sentir nuestro propio renacimiento. Sería como festejar el nacimiento de un niño que no está presente al nacer.