Planificación familiar, una ecuación sin Dios
Quienes quieran tener hijos “forzosamente”, mejor confíen esa preocupación a Dios, porque sólo Él conoce el momento adecuado para cada cosa. Hay algunos que, a pesar de no llevar una apta vida espiritual, “presionan” a Dios para que les dé hijos cuando ellos quieren. Y sucede a veces que Él accede, pero al poco tiempo los padres descubren, asombrados, que el niño se vuelve inquieto, nervioso... y es que ha heredado —sin tener culpa alguna— las iniquidades de sus progenitores, mismas que debieron ser purificadas antes de pedirle insistentemente a Dios la llegada de ese pequeñito.
Debemos confiar absolutamente en la Divina Providencia y, utilizando esa expresión moderna, no “planificar” nuestros hijos, porque Dios es quien nos los da y sólo Él sabe cuántos darnos. Tan sólo Él.
Debido a su situación material, algunas parejas (cristianas) deciden tener sólo un hijo; por eso comienzan a “protegerse”de seguir engendrando. Sin embargo, esto no es sino un pecado muy grande, porque están demostrando que creen que son capaces de disponer de su vida mejor de lo que Dios lo hace. Por orgullo, subestiman a la Divina Providencia, aunque Dios conozca su disposición espiritual y su situación económica. De hecho, Él nos conoce mejor que nosotros mismos. Y si se trata de una familia pobre, en la que apenas alcanzan los recursos para hacer crecer un sólo hijo, Aquel que todo lo sabe puede ayudar a que mejore la situación económica de ese hogar.
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Sucede también que Dios no da hijos a algunas parejas, precisamente para que amen a todos los niños como si fueran suyos...
Recordemos a los Justos Joaquín y Ana, quienes llegaron a la vejez sin hijos, cosa que en ese entonces era considerada una desgracia enorme, razón por la cual todos se burlaban de ellos. Sin embargo, Dios sabía que de ellos habría de nacer la Madre del Señor, quien, en su momento, daría a luz al Salvador de la humanidad, nuestro Señor Jesucristo.
Hay parejas que se proponen procrear muchos hijos y Dios, desde luego, se los permite, porque respeta la libertad de la voluntad humana, así como a veces no soporta nuestras quejas, y por eso deja todo a nuestro libre arbitrio. Por eso es que a veces los padres con muchos hijos se ven compelidos a enfrentar muchos problemas; sobrestimando sus capacidades, procrean, digamos, ocho hijos, lo que da lugar a que no puedan satisfacer las demandas normales de cada uno de ellos.
Dios mismo es quien establece el número de niños que tendrá cada familia; cuando observa que los padres no podrán hacer ya frente a la llegada de otro hijo, entonces no permite que esto suceda más.
Quienes quieran tener hijos “forzosamente”, mejor confíen esa preocupación a Dios, porque sólo Él conoce el momento adecuado para cada cosa. Hay algunos que, a pesar de no llevar una apta vida espiritual, “presionan” a Dios para que les dé hijos cuando ellos quieren.
Y sucede a veces que Él accede, por amor, pero al poco tiempo los padres descubren, asombrados, que el niño se vuelve inquieto, nervioso... y es que ha heredado —sin tener culpa alguna— las iniquidades de sus progenitores, mismas que debieron ser purificadas antes de pedirle insistentemente a Dios la llegada de ese pequeñito.
Así pues, los esposos deben abandonarse a las manos de Dios y no impedir que se haga Su voluntad. Deben dejar que Dios haga lo que quiera, porque sólo así vendrá a vivir en cada una de sus almas, cubriendo a la familia con Su gracia y Su bendición.
(Cum să educăm ortodox copilul, Editura Sophia, București, 2011, pp. 10-12)