¿Cuál es el sentido de las preguntas en la confesión?
Incluso en el caso de una buena confesión, el sacerdote no puede dejar de preguntar; de hecho, casi siempre es necesario que intervenga con una u otra pregunta.
Si para dar validez a un verdadero arrepentimiento, la confesión directa por parte del penitente tiene que constituir el principio o norma fundamental, también las preguntas que formula el padre espiritual son indispensables en el momento de la confesión. Incluso en el caso de una buena confesión, el sacerdote no puede dejar de preguntar; de hecho, casi siempre es necesario que intervenga con una u otra pregunta. Esos cuestionamientos son necesarios para obtener del penitente explicaciones suplimentarias, con tal de apreciar los hechos desde el punto de vista de su naturaleza y el de otras condiciones que determinan su grado de gravedad.
Muchas veces, debido a la vergüenza o la timidez, el mismo penitente que se confiesa empieza a emitir fórmulas, construcciones y divagaciones varias, en una suerte de estrategia de evasión. Aun entre esas lagunas expositivas, el padre espiritual puede intuir y descubrir la verdad más pura. Sin embargo, otras veces el sentido de lo que dice el penitente sigue siendo ambiguo e impreciso. Por eso, tanto para poderle orientar correctamente como para instar al que se confiesa a que lo haga con una verdadera contrición, el padre espiritual tendrá que recurrir a las preguntas, para facilitarle tal gesto.
La intervención del padre espiritual es una verdadera brújula, especialmente en el caso de aquellos que se confiesan acusando a otros, para mostrarles las auténticas causas de sus pecados. Ante la debilidad de los que vienen a confesarse desorientados —por no haber hecho previamente un correcto examen de conciencia—, el padre espiritual no tiene otro instrumento de confesión, que las preguntas.
Primero tiene que comenzar con el consejo lleno afecto y una cordial exhortación, para inspirarle al creyente el ánimo que necesita y convencerlo de que no tiene que avergonzarse en presencia de su padre espiritual. El sacedote, así, tiene que esforzarse en convencer al penitente ruboroso de que entiende su pena, que es algo normal. Pero también debe que advertirle que “hay una vergüenza que conduce al pecado, y hay otra que es gloria y favor”, (Eclesiástico 4, 21). Después, debe recordarle que en la Iglesia antigua los cristianos eran obligados a confesar sus pecados no en secreto, como ahora, sino en la puerta de la iglesia, frente a todo el pueblo ahí reunido. Así, si nos avergonzamos de confesar nuestras faltas ante nuestro padre espiritual, nos estamos privando del don del perdón, y nuestros pecados serán evidenciados, sin nuestra voluntad, en el Día del Juicio, cuando el arrepentimiento ya no será posible, mucho menos el perdón. Esta exhortación debe cerrarse con el argumento de que, si confiesa sus pecados, pero ocultando así sea uno solo de ellos por vergüenza, no solamente no le serán perdonados los que sí confesó, sino que, escondiendo dicha falta, estará agregando una más a su lista de pecados.
Hecho esto, el padre espiritual tiene que pregunarle sobre sus deberes como cristiano y sus obligaciones religiosas más elementales, para encaminarlo correctamente en la confesión, y después ya podrá pasar a otras preguntas, como las referentes a su vida moral o sus actos.
(Traducido de: Pr. Petre Vintilescu, Spovedania și duhovnicia, Editura Episcopia Ortodoxă Română Alba Iulia, 1995, pp. 93-98)