Palabras de espiritualidad

¿Cuál es el sentido de recibir un canon (penitencia) al confesarnos?

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

El Santo Profeta David aceptó con alegría una corrección temporal, para librarse de otra, eterna; por eso dice en los Salmos: “¡El Señor me castigó, pero no me entregó a la muerte!”.

San Juan Crisóstomo dice que para obtener el perdón (de Dios) no se necesitan muchos días ni muchos años. ¿Por qué? Porque, si el hombre renuncia a sus pecados y le promete sinceramente a Dios que no volverá a cometerlos, Él no le pide nada a cambio (según el libro dedicado a San Filogonio). A partir de esto, es muy sencillo entender que, por medio del arrepentimiento y una confesión sincera, el cristiano obtiene inmediatamente el perdón de sus faltas. Sin embargo, de lo que no se le exonera es del canon (la penitencia) correspondiente a esos pecados. En otras palabras, los pecados se perdonan mediante la confesión, pero la corrección o reprensión por dichos pecados permanece. Esta idea es el origen de aquel proverbio popular: “Perdonado estás, pero la penitencia has de soportar”.

Tenemos el ejemplo del Santo Profeta David, a quien Dios le perdonó sus pecados, aunque luego tuvo que soportar el peso de su penitencia. Ciertamente, David recibió el perdón en el momento en que confesó su falta, cuando el profeta Natán le dijo: “¡El Señor te ha librado de tu pecado!”, pero la corrección (es decir, el canon) por la culpa del pecado no le fue perdonada. Porque, aunque se arrepintió y recibió la confirmación del perdón por parte del profeta Natán, después fue expulsado del reino por su hijo Absalón. Luego vinieron la espada y otras muchas desgracias sobre la casa de David, como amonestación por sus pecados, tal como le había profetizado el propio Natán.

Lo mismo ocurre con aquellos que confiesan debidamente sus pecados graves: reciben el perdón mediante la oración del sacerdote, pero permanece sobre ellos la penitencia (es decir, el canon). Y es que, si no recibimos nuestra penitencia en esta vida, entonces la recibiremos en la otra, eternamente. El Santo Profeta David aceptó con alegría una corrección temporal, para librarse de otra, eterna; por eso dice en los Salmos: “¡El Señor me castigó, pero no me entregó a la muerte!”.

(Traducido de: Sfântul Ioan Iacob de la Neamț - Hozevitul, „Pentru cei cu sufletul nevoiaș ca mine...”, Editura Doxologia, Iași, 2010, p. 412)