Palabras de espiritualidad

¿Cuál es esa enemistad de la que nunca podríamos escapar?

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

Una batalla normal es breve y llena de momentos de descanso. Por eso, no es lo mismo que luchar contra el maligno, cuando no puedes permitirte bajar tus armas ni un segundo.

Nadie podría tener, ni siquiera frente al peor de sus enemigos, un odio tan visceral como el que el astuto siente hacia la humanidad. Si nos ponemos a analizar la devoción con la que combate, nos daremos cuenta que no puede compararse con la nuestra. Si intentamos comparar las fieras más salvajes, con el salvajismo del maligno, concluiremos que los animales son muchísimo más dóciles. Así de grande y crudo es su enojo cuando ataca nuestras almas.

Una batalla normal es breve y llena de momentos de descanso. La caída de la noche, el cansancio después de tantas horas de combate continuo y muerte en el campo de lucha, los momentos para comer y otros semejantes, son ocasiones de descanso para el soldado, que puede entonces sacarse un poco la armadura, respirar en paz y refrescarse con agua, alimentarse y reponer fuerzas.

No sucede lo mismo en la lucha contra el maligno, cuando nadie puede bajar sus armas ni siquiera un segundo. En esta guerra, el que quiera permanecer invicto no tiene permitido dormirse. Porque sólo tiene dos opciones: dejar sus armas a un lado y ser derrotado inmediatamente, o permanecer armado, de pie, vigilante. Porque el maligno, con todas sus huestes, no descansa jamás, siempre está atento y busca sorprendernos en nuestros momentos de desatención. Él dedica más fuerzas a vencernos, que nosotros a la búsqueda de nuestra salvación. El hecho que no podamos verlo y que puede atacarnos inmediatamente y por sorpresa (cosa que ocasiona innumerables males a los que no están atentos), nos demuestra que esta guerra es una más dura que cualquiera que pueda entablarse entre los hombres.

(Traducido de: Sfântul Ioan Gură de Aur, Diavolul și magia, culegere de texte patristice și traducerea lor în neogreacă de Ieromonahul Benedict Aghioritul, traducere din neogreacă de Zenaida Anamaria Luca, Editura Agaton, Făgăraș, 2012, pp. 43-44)