¿Cuál es la utilidad de las tentaciones y las debilidades?
Nadie, orando y pidiendo, podría dejar de hacerse humilde. Y “Dios no desprecia un corazón contrito y humillado” (Salmos 50, 19).
Dichoso el hombre que conoce su propia debilidad. Porque ese conocimiento es el cimiento y la raíz de toda bondad. Cuando una persona conoce y siente verdaderamente su debilidad, saca de su alma de la indiferencia que le oscurece la conciencia, para recoger y cuidar ese tesoro (el alma).
Pero nadie podría sentir su propia debilidad, si antes no tiene que soportar algunas dolorosas pruebas, físicas o espirituales. Porque, entonces, asimilando su debilidad al auxilio de Dios, conocerá la grandeza de Éste. (...) Así es como entenderá que el auxilio de Dios es quien le salva. Y cuando alguien reconoce que le falta el auxilio de Dios, ora más, y mientras más ora, más se hace humilde en su corazón.
Porque nadie, orando y pidiendo, podría dejar de hacerse humilde. Y “Dios no desprecia un corazón contrito y humillado” (Salmos 50, 19).
Luego, mientras el corazón no se humille, no podrá dejar de dispersarse, porque la humildad concentra el corazón. Mas cuando el hombre se hace humilde, inmediatamente le abruma la misericordia y empieza a sentir la ayuda de Dios, debido a que encuentra una fuerza de confianza que late en su interior.
Cuando el hombre siente el auxilio divino, que está con él, apoyándolo, su corazón se llena inmediatamente de fe y entiende que la oración es el canal por el cual viene toda ayuda, además de ser una fuente de salvación, tesoro de esperanza, puerto seguro, luz en la oscuridad, auxilio para los débiles, amparo durante las pruebas, médico en las enfermedades, protección en tiempos de guerra, flecha que hiere al enemigo y, hablando con palabras simples, que todas estas bondandes acceden a él por medio de la misma oración. Por eso es que desde ahora se deleita en la oración de la fe.
(Traducido de: Sf. Isaac Sirul, Cuvântul XXI, în Filocalia, vol. X, p. 112-113)