¿Cuál es tu actitud frente a tu hermano que ha pecado?
Hermanos, si somos justos, entendamos que el pecado es una enfermedad y que despreciar a los pecadores es igual a despreciar a los enfermos.
El ciprés se conserva verde tanto en verano como en invierno. También la albahaca, en verano y en invierno conserva su aroma. Los corderos son sacrificados en verano y también en invierno. Tenemos que estar atentos a los lobos cuando se acerquen para atacarnos, uno de frente y el otro por detrás. Pero estemos más atentos a no cometer estos dos pecados: el temor y el desprecio a los pecadores. Porque nuestra lozanía y nuestra frescura desaparecerán como las de cualquier árbol en otoño. Y nuestro aroma se convertirá en pestilencia. Y nuestra humildad se tornará en orgullo. Y los pecadores nos contarán entre los suyos.
Para quienes nos creemos justos: el pecado es una debilidad, y temer a los pecadores es temer a los hombres. El pecador se siente horrorizado por el hombre justo que hay en su interior, el cual está muerto, y es doblemente horrorizado por el justo que se presenta ante él. Por tanto, no nos sintamos aterrorizados por alguien que se siente doblemente aterrorizado ante nosotros. ¿No es el Señor la fuerza de los justos? ¿No es el Señor Todopoderoso el general de las legiones de los justos? En verdad, ¡qué ínfima es la justicia de los que están con el Todopoderoso y, sin embargo, les temen a los todo-impotentes!
Si tu justicia es la de Dios, tu fuerza es divina. Al comienzo, a los pecadores el poder divino les parece una debilidad, porque es increíblemente humilde, manso y paciente. Pero, al final, cuando viene la victoria divina, los pecadores comprueban horrorizados cómo su morada ha sido anegada por el agua subterránea y poco a poco se va hundiendo.
Al igual que la hierba, la victoria de Dios crece gradual y silenciosamente. Pero, una vez crece, no se le puede pisar o podar. […] Entonces, hermanos, si somos justos, entendamos que el pecado es una enfermedad y que despreciar a los pecadores es igual a despreciar a los enfermos. El que da de su propia salud para sanar al enfermo, multiplica su propia salud. El desprecio a los pecadores perjudica la salud del que está sano.
(Traducido de: Sfântul Ierarh Nicolae Velimirovici, Noul Hrisostom, Episcop de Ohrida şi Jicea, Rugăciuni pe malul lacului, traducere din limba engleză de Paul Bălan, Editura Anestis, 2006, pp. 172-173)