Cuando dejamos de ser humildes, nuestras luchas se multiplican y se hacen más fuertes
Afánate en hacerte humilde, y si sientes que hay alguna lucha que estás perdiendo, es que primero ha estado ahí el orgullo. ¿Qué tienes que hacer? Acusarte a ti mismo y empezar a decir: “¡Perdóname!”.
«La principal razón de la lucha tan cruenta que estás librando, es justamente tu falta de humildad Cuando nuestra humildad disminuye, se exacerba el orgullo que ha estado latente en nosotros. Luego, si caemos en falta, así sea con un solo pensamiento, es que nuestro orgullo ha sido el primero en actuar. Y tú, como se puede ver, ni te opones a tu orgullo ni te esfuerzas en vencerlo, por eso es que este te termina doblegando. Para poder librarte de tan terrible pasión, tienes que empezar a considerarte el último y el más pecador de todos, como uno que ha sido vencido por sus pasiones. Solamente así verás los frutos de tu esfuerzo espiritual. Pero si, como hasta hoy, sigues creyéndote mejor que los demás, juzgándolos y condenándolos, te convendría preguntarte ¿quién te dio ese derecho? No hay duda de que esta es la razón por la cual el maligno te domina y te perturba con toda clase de pensamientos perversos. Humíllate y recibirás el auxilio de Dios. (...)
Insisto: afánate en hacerte humilde, y si sientes que hay alguna lucha que estás perdiendo, es que primero ha estado ahí el orgullo. ¿Qué tienes que hacer? Acusarte a ti mismo y empezar a decir: “¡Perdóname!”».
(Traducido de: Filocalia de la Optina, traducere de Cristea Florentina, Editura Egumenița, Galați, 2009, p. 76)