Cuando el alma conoce al Señor
¡Oh. Misericordioso Señor, ilumina a todos Tus pueblos para que te conozcan y sepan cómo nos amas!
Mi alma suspira todo el tiempo por el Señor y ora día y noche, porque Su Nombre es dulce y sosiega al alma que ora, encendiéndola de amor por Dios.
Durante muchos años viví en el mundo y escuché muchas cosas. También escuché mucha música, que vino a alegrar mi alma. Y pensé: “Si esta música es tan confortante, ¿cómo se gozará mi alma con los cánticos celestiales, allí en donde con el Espíritu Santo el Señor es glorificado por Sus sufrimientos?”.
El alma vive mucho tiempo en la tierra y ama su belleza: ama el sol, ama el firmamento, ama los bellos jardines, el mar y los ríos, los bosques y los prados; todas esas cosas terrenales son agradables para el alma. Pero, cuando el alma conoce a nuestro Señor Jesucristo, nada de eso le interesa más.
He visto a los reyes del mundo en su esplendor y los he admirado, pero cuando el alma conoce al Señor, entonces toda esa honra le parece insustancial, porque empieza a añorar al Señor y, sin saciarse, desea ver todo el tiempo a Aquel que no se ve y al menos acercarse a Aquel que está en lo alto.
Si tu alma lo conoce, el Espíritu Santo te mostrará cómo enseña Él a las almas a conocer al Señor y qué gozo (dulzura) tiene ese conocimiento.
¡Oh. Misericordioso Señor, ilumina a todos Tus pueblos para que te conozcan y sepan cómo nos amas!
(Traducido de. Cuviosul Siluan Athonitul, Între iadul deznădejdii și iadul smereniei, Ed. Deisis, Sibiu, 2000, p. 44)