Cuando el arrepentimiento se transforma en salvación
Esta es la verdadera contrición cristiana, que aflora cuando pensamos que hemos despreciado a Dios, nuestro Bienhechor, y a todas Sus bondades para con nosotros.
Cuando el hombre que se ha mostrado desagradecido con su benefactor espabila y se arrepiente por su ingratitud, no puede evitar pensar: “¿Qué estoy haciendo? ¡Qué miserable soy! ¿Así es como debo pagarle a mi bienhechor? ¿Acaso es correcto pagar con odio el amor, y el bien con el mal?”. Así, lleno de remordimiento, se entristece por sus faltas. Se avergüenza hasta de presentarse ante su protector, se postra ante él con humildad y le suplica que lo perdone; no teme ninguna reacción por parte de este, sino que solamente lamenta haber difamado, insultado y ofendido a aquel al que tendría que haber amado y honrado. ¡En esto consiste el verdadero arrepentimiento!
¿Ves, hermano cristiano, cómo el hombre que se muestra desagradecido con su benefactor, termina viniendo a la contrición? También el cristiano, cuando espabila y medita sobre todas las bondades que Dios le ha otorgado, siente un gran dolor en su corazón por haberlo entristecido y despreciado, a Él, que es su gran Benefactor. Le duele haber herido a Dios como con una cortante saeta y se enfada consigo mismo, como si él mismo fuera su propio enemigo; se juzga a sí mismo y se considera indigno del Cielo, de la tierra, de un mendrugo de pan, de un simple andrajo. En una palabra, se considera indigno de todo, y cree que lo único que merece es el castigo de Dios. Porque a Él, a su Creador y Dios, tendría que haberlo honrado y no lo ha hecho. Debía obedecerlo, y no le ha obedecido. Debía amarlo, y no lo ha amado. Debía humillarse ante Él, y no se ha humillado. Debía sometérsele, y no se le ha sometido. Con todo esto ha ofendido a Aquel que le ha dado a rebosar Su amor y Sus bondades, a Aquel que es solamente Amor y Bondad, a Aquel en Cuyas manos se halla todo lo creado, a Aquel Cuyos ángeles glorifican con amor y estremecimiento.
Esa tristeza por Dios, que es la contrición, se transforma en salvación. El corazón contrito, sometido por tal congoja, no puede dejar de derramar un llanto amargo. También él desearía tener, como el profeta, un manantial de lágrimas. Ha pecado mucho ante Dios. Sería mejor morir, que seguir pecando. Esta es la verdadera contrición cristiana, que aflora cuando pensamos que hemos despreciado a Dios, nuestro Bienhechor, y a todas Sus bondades para con nosotros.
(Traducido de: Sfântul Tihon din Zadonsk, Comoară duhovnicească, din lume adunată, Editura Egumenița, Galați, 2008, p. 46)