Cuando el hombre decide que Dios ya no es lo más importante en su vida
En la sociedad actual falta la comunión entre las personas. Tristemente, lo que manda es la falta de entendimiento, la soledad y la frialdad. Las relaciones humanas se han vuelto muy conflictivas, llenas de malentendidos, envidia, hipocresía, falsedad y desconfianza.
El descubrimiento de Dios en nuestra vida
Vivimos en una época en la cual predomina un estado general de desorden, confusión, crisis, duda y colapso de las ideas, los principios, las normas y todos los fundamentos. La obcecación, la gula, la saciedad y la alienación reinan por todas partes. Tenemos una fuerte inclinación a querer mandar sobre los demás, a amarnos más a nosotros mismos que a los otros, a buscar el honor, el placer, la ganancia y el dinero. Inmensos desastres ecológicos alrededor del planeta perjudican la vida de la humanidad. Los derechos no escritos del hombre accionan, a veces, sobre la base de las obligaciones fundamentales de los hombres. Domina el principio antievangélico: “Es mejor recibir que dar”. Los principios morales, los cimientos racionales y los antiguos valores son seriamente puestos en duda. Se promueve a las minorías especiales y sus anomalías, se impulsa repulsivas desviaciones. Nos hallamos, ciertamente, ante la materilización de aquella profecía del gran Antonio: “Vendrá un tiempo en el que los locos llamarán a los juiciosos ‘locos’, y viceversa”.
Por otra parte, en muchos lugares, la Iglesia ha disminuido su labor filantrópica. Y no es que esta labor haya desaparecido totalmente, sino que ha dejado de ser la más importante. Este trabajo ha pasado al “ministerio de protección o asistencia social” (o como se le llame en la actualidad), el cual, desde luego, no lo ejecutará todo el tiempo; o lo hace alguna asociación, alguna fundación, algún masón, alguna persona de cualquier otra creencia, e incluso algún ateo. Nuestros jóvenes no piden y no esperan de la Iglesia pan y dinero, sino un sentido profundo y un propósito recto en la vida. Lo que ellos quieren es entender para qué viven y a dónde van, por qué existen, por qué nacieron y por qué mueren. Son muy tediosas las prédicas de los teólogos que hablan sin que Dios los inspire, homilías llenas de estereotipos, sermones grandilocuentes, discursos vacíos e infértiles, cátedras sin una auténtica interacción personal.
En la sociedad actual falta la comunión entre las personas. Tristemente, lo que manda es la falta de entendimiento, la soledad y la frialdad. Las relaciones humanas se han vuelto muy conflictivas, llenas de malentendidos, envidia, hipocresía, falsedad y desconfianza. Ya no hay entendimiento recíproco, respeto, diálogo. Si estas relaciones humanas no se desarrollan en Cristo, en la verdad y en el amor, nacen con una fecha exacta de caducidad. Sin Cristo, entre las personas no es posible que haya armonía, tolerancia, paciencia, indulgencia. Los esposos, los hermanos, los amigos, los colegas no pueden permanecer más juntos, caminar juntos, encontrarse, dialogar y entenderse, sin Cristo.
Cada persona humana es única, santa e irrepetible en toda la historia de la humanidad. Cada persona es totalmente diferente y necesita un respeto especial. Todas las personas han sido creadas según la imagen de Dios. Luego, es imposible que no sean dignas de respeto y honra. La diferencia, la particularidad, la especificidad constituye, finalmente, una asombrosa simetría. El encuentro y la compenetración entre personas conforman una realización recíproca, una síntesis llena de armonía. No hay dos personas idénticas, ni podría haberlas. Y, sin embargo, por medio del amor y la humildad pueden encontrarse e identificarse mutuamente.
(Traducido de: Moise Aghioritul, Pathoktonia[Omorârea patimilor], Ed. Εν πλω, Atena, 2011)