Cuando el orgullo se manifiesta hasta en los contextos más insignificantes…
El hombre que se desvive pensando en cómo evitar quedar en un peor sitio que los demás, y en cómo tener siempre un lugar preferencial en todas partes, no es capaz de hacer el más mínimo esfuerzo constructivo, mucho menos de actuar según un impulso supremo, espiritual.
Una vez, habiendo sido invitado a una boda. Cristo vio cómo los convidados elegían los lugares principales en el banquete. Analizando este detalle de vida, el Señor, para Quien nada era insignificante en el mundo moral, pronunció estas palabras: «Cuando alguien te invite a una boda, no te pongas en el primer asiento, no sea que haya otro invitado más honorable que tú y el anfitrión venga a decirte: “Cede el sitio a este”, y entonces tengas que ir avergonzado a ocupar el último puesto. Por el contrario, cuando seas invitado, ponte en el último puesto, y así, cuando venga el que te invitó, te dirá: “Amigo, sube más arriba”. Entonces te verás honrado ante todos los comensales. Porque el que se enaltezca será humillado y el que se humille será enaltecido» (Lucas 14, 8-11).
El orgullo humano se manifiesta muy a menudo, especialmente en las actividades más habituales: en los banquetes, los comedores, al sentarse todos a cenar. A semejanza de lo que ocurría antiguamente, el convidado contemporáneo prefiere ocupar uno de los puestos principales. Esto era algo muy común entre los potentados de la Rusia Moscovita, quienes (¡sin demostrar un ápice de espíritu ortodoxo!) se afanaban en sentarse en los mejores lugares, cuando el zar los invitaba a comer. Desde luego que, a excepción de los comedores de las personas más pobres, en todas partes tiene lugar, aunque nadie lo note, una competencia de orgullos.
La modestia es una forma “complicada” de practicar el bien. El hombre que se desvive pensando en cómo evitar quedar en un peor sitio que los demás, y en cómo tener siempre un lugar preferencial en todas partes, no es capaz de hacer el más mínimo esfuerzo constructivo, mucho menos de actuar según un impulso supremo, espiritual. Esto también es aplicable a los pastores de almas. La vanagloria es síntoma, no solamente de atrofia moral, sino también de anquilosamiento mental.
(Traducido de: Cum să biruim mândria, traducere din limba rusă de Adrian Tănăsescu-Vlas, Editura Sophia, București, 2010, pp. 120-121)