Cuando el pecado llega a destruir nuestra voluntad…
El pecado oscurece tanto la voluntad del hombre, que, aunque a veces tiene momentos de lucidez y logra ver su propio infortunio, es incapaz de moverse para vencerlo.
El anciano Joel de Kolamata solía insistir en las mortíferas consecuencias del pecado: “El pecado oscurece el espíritu. El hombre sensual, envidioso, voraz y orgulloso tiene la mente tan oscurecida, que ya puede poseer toda la sabiduría y hablar todos los idiomas del mundo, llegando a la vejez con un gran bagaje de experiencia, y, aún así, ser incapaz de ver y reconocer, debido a la sensualidad, la gula y otras pasiones, a sus padres, sus amigos, al hombre, a Dios, ni distinguir cuerpos y almas. El pecado destruye el bien más grande que tenemos: nuestra voluntad. El pecado oscurece tanto la voluntad del hombre, que, aunque a veces tiene momentos de lucidez y logra ver su propio infortunio, es incapaz de moverse para vencerlo”.
(Traducido de: IPS Andrei Andreicuț, Mai putem trăi frumos? Pledoarie pentru o viață morală curată, Editura Reîntregirea, Alba Iulia, 2004, pp. 58-59)