¿Cuándo escucha Dios nuestras oraciones?
¿Obedeces tú a Dios cuando buscas que Él te escuche? ¿Cumples con Sus mandamientos y disposiciones?
Te quejas que Dios no escucha tus oraciones. En muchas aflicciones le has pedido Su auxilio, pero nunca te lo ha dado. ¿Cómo es que crees que no te ha ayudado —me asombra— cuando tú has sobrevivido a esas circunstancias y ellas son las que han desaparecido? Permíteme que te pregunte algo más: ¿Obedeces a Dios? Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, el Altísimo prometió escuchar a los hombres, con la condición de que estos le obedezcan a Él. ¿Obedeces a Dios cuando esperas que Él te escuche? ¿Cumples con Sus mandamientos y disposiciones? Si no es así, me sorprende que aún pidas que Dios te oiga y atienda.
Dios descendió a la tierra y lavó los pies de esos que le aman. Mucho se alegra el Creador al escuchar a Sus hijos obedientes. A Moisés, a Abraham, a Jacobo... Dios escuchó y atendió en sus peticiones. Y eran cosas extraordinarias. Él llenó de Su misericordia a los que cumplían con Su ley. Si no ha querido atender tus oraciones y las mías, es porque no hemos obedecido Sus mandatos o porque nuestras oraciones no son como deberían ser. Dios clamó, por medio de Isaías, al pueblo desobediente: “Aunque multipliquen sus oraciones, no los escucharé”. Y, un poco después, dice, “Si desean obedecerme y lo hacen, de las bondaddes de la tierra se saciarán” (Isaias l, 15,19). Así pues, Dios nos escucha cuando somos obedientes y no lo hace cuando tampoco nosotros lo hacemos. No nos atiende tampoco cuando le pedimos algo perjudicial o sin sentido. Los apóstoles Santiago y Juan le pidieron una vez al Señor que hiciera que bajara fuego del cielo sobre una población que no quiso recibirles: “Pero Él, volviéndose, los reprendió” (Lucas 9, 55). No sólo no atendió su petición, sino que, además, los regañó. Piensa, entonces, si tus oraciones han sido dignas de una persona y si son dignas de Dios.
Algo más. ¿Por qué le hablas a Dios únicamente cuando estás triste? No sólo te degradas, sino que también lo ofendes a Él. Nuestro Creador nos pide sentir permanentemente que estamos frente a Él y compartir todo con Él por medio de la oración. ¡Oren, pues, sin cesar! Hablarle a Él sólo cuando estás en problemas, te hace semejante a un mendigo impertinente, avergonzando a Dios, porque lo llamas como si fuera un bombero, sólo cuando tu casa se quema. Cristo nos otorgó el derecho de llamar a Su Padre, “Padre nuestro” también. ¿Hay algo más dulce que esto? ¿Y hay algo más dulce para un niño, que estar frente a sus padres? Esforcémonos, pues, en permanecer frente a Él, con nuestros pensamientos y oraciones. Nuestra oración, en tiempos de alegría y serenidad, es como un capital espiritual que utilizamos cuando atravesamos necesidad o sufrimiento, mucho más que una oración pronunciada inmediatamente cuando aparece la tristeza. ¡Que la paz del Señor esté contigo!
(Traducido de: Sfântul Nicolae Velimirovici, Răspunsuri la întrebări ale lumii de azi, volumul I, ediția a doua, traducere de Adrian Tănăsescu-Vlas, Editura Sofia, Bucureşti, 2008, pp. 115-116)