Cuando estamos atentos con el alma, sentimos la guía de Dios
El cristiano no vive “en las nubes”, como se dice usualmente. Él capta la realidad y la vive. Abraza lo que lee en el Evangelio y en los Santos Padres, lo vive, lo analiza, lo interioriza, lo hace parte de su vida. Se convierte en un fino receptor de las buenas nuevas de Dios.
En mi celda del Santo Monte (Athos), la puerta tiene un pestillo ya muy viejo. Hay que saber moverlo para que la puerta se abra y, cuando esto sucede, emite un sonido muy fuerte. Cada vez que venía alguien, se oía un “¡craaaac!”. Creo que ese ruido era perceptible en unos cien metros a la redonda. Pero, por mucho que le explicaba a mis visitantes cómo abrir la puerta, para que no hiciera ruido, no lo conseguían.
Esto pareciera ser algo simple, pero tiene una profunda relación con nuestra vida. Cuanto más nos acercamos a Dios, más atentos estamos, sin quererlo, en todo, incluso en las cosas espirituales. Estando más atentos a nuestra alma, nos hacemos más sabios por medio de la gracia divina.
El cristiano no debe ser ocioso, no debe dormirse. A donde vaya, debe volar con la oración y con la imaginación. Ciertamente, el cristiano que ama a Dios puede volar con su imaginación. Puede volar a las estrellas, en misterio, a la eternidad, a Dios. El cristiano debe ser un “astronauta”. Debe orar y sentir que se hace también él Dios, por medio de la gracia. Debe hacerse aire y volar con su mente. Y esto que les digo no es fantasía pura. Cuando digo “volar”, es una realidad, no especulación.
El cristiano no “vive en las nubes”, como se dice coloquialmente. Él capta la realidad y la vive. Abraza lo que lee en el Evangelio y en los Santos Padres, lo vive, lo analiza, lo interioriza, lo hace parte de su vida. Se convierte en un fino receptor de las buenas nuevas de Dios.
(Traducido de: Ne vorbeşte părintele Porfirie – Viaţa şi cuvintele, traducere din limba greacă de Ieromonah Evloghie Munteanu, Editura Egumeniţa, 2003, pp. 239-240)