Cuando los santos vienen a auxiliarnos…
A partir de ese momento, el hombre recuperó la salud milagrosamente, renació espiritualmente y, lleno de júbilo, hasta pidió en matrimonio a la hija de la familia que le rentaba la habitación donde vivía.
Hace más de cuarenta años, aquí, en Atenas, una familia llamó al padre Nicolás (Planas) para que celebrara la Santa Unción. En una de las habitaciones de la casa vivía un inquilino que padecía de una severa dolencia. Cuando el padre terminó de oficiar el sacramento y estaba por quitarse sus vestiduras sacerdotales, la dueña de la casa se le acercó y le pidió que fuera a la habitación del enfermo para ungirlo. El padre aceptó de buen grado. Después de ungir al enfermo, se sentó a su lado y le preguntó cuál era su nombre y cómo se sentía. El enfermo le respondió que se llamaba Santiago: “¡Ah! ¡Qué bien, hijo! Tienes el nombre del hermano del Señor”. Sin embargo, el enfermo, con incredulidad y cierta ironía, le respondió: “¡Ahora resulta que Cristo también tenía hermanos!”. Entonces, el padre le explicó que José, antes de llevar a su casa a la Madre de Dios, había tenido ya cinco hijos de un matrimonio legal anterior. Por eso es que se dice que Santiago es el hermano del Señor. Después de escuchar esto, el enfermo, convencido por las palabras del padre Nicolás, respondió: “¡Padre, entonces pídale a Santiago que me sane, y prometo que cada año celebraré su festividad con la mayor de las devociones!”. (Esto se lo relató el padre a una de sus hijas espirituales).
En palabras del mismo padre, “al volver a casa, cumplí con mis demás cánones de oración”. No se sabe si durmió esa noche. Lo que sí se sabe es que esa noche el enfermo vio, entre sueños, a un jerarca lleno de resplandor, sosteniendo en su mano un tarro con ungüento, quien le dijo: “Voltéate para que te pueda ungir la espalda”. El enfermo obedeció y el santo lo ungió con aquel medicamento, haciéndole la Señal de la Cruz en la espalda.
Entonces, el enfermo preguntó: “Pero ¿quién eres tú?”. “Soy Santiago. Me envió el padre Nicolás”, le respondió este. A partir de ese momento, el hombre recuperó la salud milagrosamente, renació espiritualmente y, lleno de júbilo, hasta pidió en matrimonio a la hija de la familia que le rentaba la habitación donde vivía. También, a partir de ese día, empezó a honrar y venerar con gran devoción al santo que le había sanado, celebrándolo generosamente cada año en la iglesia de San Juan. Por su parte, el santo siguió protegiendo e intercediendo por aquella familia. En algún momento, hablando sobre este milagro, le pregunté al padre Nicolás cuál era el oficio del hombre que fue sanado. Sólo para satisfacer mi curiosidad, como diciendo lo primero que le vino a la cabeza, el padre me respondió: “Probablemente era un consejero ministerial”. ¡Algún tiempo después me enteré de que, efectivamente, se trataba de un funcionario con un cargo importantísimo en un ministerio!
Un coronel que había sido ayudado inmensamente por las oraciones del padre Nicolás, solía visitarlo con regularidad para recibir su bendición. Cuando, en cierta ocasión, uno de sus hijos espirituales le preguntó cómo se llamaba aquel oficial, el padre respondió con sencillez y convicción. “¡Se llama capitán!”.
(Traducido de: Monahia Marta, Sfântul Nicolae Planas, ocrotitorul celor căsătoriți, Editura Evanghelismos, București, 2008, pp. 59-61)