Cuando nuestro esfuerzo da frutos…
La misericordia de Dios desciende especialmente ahí en donde hay humildad.
Tu fervor no es sensato, si acostumbras a esperar una recompensa por tus sacrificios. Te equivocas. La misericordia de Dios desciende especialmente ahí en donde hay humildad, porque el trabajo simple no recibirá retribución. “Contempla mi miseria y mi dolor, perdona todos mis pecados”, clama el profeta (Salmos 24, 18). El esfuerzo es nuestra labor, y esta debe darnos frutos de paz, amor, mansedumbre, humildad, etc. Todo esto se alcanza cuando practicamos la obediencia, porque entonces somos reprendidos, fustigados e incluso incomprendidos y sujetos de conflictos. Sin embargo, si aceptamos todo con paciencia y humildad, nuestro orgullo cederá y nos veremos libres de nuestras pasiones, porque habremos aprendido a amar no solamente a nuestros seres más cercanos, sino también a nuestros enemigos. ¡Y esta es la ocasión para obtener provecho de nuestro sacrificio! Pero si nos esforzamos pensando en la recompensa que habremos de recibir, sin cambiar nuestro interior, y haciendo cosas aún peores —como caer en la irascibilidad—, nuestro ahínco no nos traerá ningún beneficio.
(Traducido de: Filocalia de la Optina, traducere de Cristea Florentina, vol.1, Editura Egumenița, Galați, 2009, pp. 143-144)