¿Cuándo oramos más y desde el corazón? ¿Quién es el culpable de tanto sufrimiento? Respuestas del padre H. Felea
La existencia del mal no contradice la de la Divina Providencia, sino que, al contrario, la reclama. Cuando son perjudicados, o cuando sufren, o ante cualquier catástrofe o guerra, los hombres oran mucho más desde el corazón, y también entonces sienten más cerca la mano compasiva y consoladora de Dios.
En lo que respecta a las desigualdades, puede decirse que son parte de la naturaleza y no son injustas, y no deben ser confundidas con los excesos. Estas traen consigo la fraternidad y así es como contribuyen a la vida y la armonía del mundo. En un medio de perfecta igualdad, la coexistencia no sólo sería monótona y tediosa, sino también imposible. Las catástrofes y los cataclismas, los terremotos, las tormentas, las erupciones volcánicas, las inundaciones, etc., tienen sus propias causas accidentales, algunas veces conocidas, otras desconocidas, y nos parecen cosas malas, especialemnte cuando afectan a nuestra propia persona o a nuestros bienes, pero también tienen efectos morales y materiales positivos: nos recuerdan que “bailamos sobre volcanes”, nos revelan la relatividad de la vida y de los bienes terrenales, purifican el aire, fertilizan a tierra, nos descubren los misterios que hay en lo profundo de la tierra, evidencian las leyes y las fuerzas generales de la naturaleza, despiertan concencias dormidas o pervertidas, nos recuerdan a Dios y nos llevan a asustarnos por el desorden que reinaría en el mundo si sus leyes eternas fueran vulneradas, etc. La muerte —“dolor de los dolores” o “recompensa del pecado”— es también parte del orden natural de la vida. Si algunas veces viene antes de lo esperado, o se dirige a donde lo que se necesita es vida y ayuda, una vez más no debemos señalar a Dios como el culpable. La muerte prematura acontece por causas naturales, por culpa de los hombres, por la semilla de las enfermedades y por otras causas e incidentes que vienen de los hombres, de los animales, de la naturaleza, etc. ¿Por qué acusar inmediatamente a Dios, si la mayoría de las veces, en tales casos, nosotros mismos somos los culpables? No trabajamos o trabajamos en exceso, no nos cuidamos de enfermedades contagiosas, no protegemos lo suficiente nuestra salud, abusamos de nuestras capacidades físicas y espirituales, no somos prudentes ni atentos o nos dejamos atrapar por los males de la humanidad.
En consecuencia, por tantas y tantas razones, la existencia del mal no contradice la de la Divina Providencia, sino que, al contrario, la reclama. Cuando son perjudicados, o cuando sufren, o ante cualquier catástrofe o guerra, los hombres oran mucho más desde el corazón, y también entonces sienten más cerca la mano compasiva y consoladora de Dios. Esto nos demuestra que la Providencia es más activa cuando más la echamos en falta. Solamente los que son débiles en la fe y la paciencia esperan y pretenden que, una vez aparecen los nubarrones en el cielo de su vida, desaparezcan inmediatamente. Las nubes pasan, el cielo vuelve a despejarse, y Dios permanece...
(Traducido de: Ilarion V. Felea, Religia iubirii, Editura Reîntregirea, Alba-Iulia, 2009, pp. 148-149)