Cuando ores, habla con Dios frente a frente. Luego, busca la forma de hablar con Él como si lo estuvieras haciendo con un rey, viéndole a los ojos.

Cuando reces, utilizando oraciones conocidas y ya habituales, repite con todo tu corazón: “Señor, Tú eres siempre único y el mismo. Mi corazón se transforma y se enfría ante las palabras de las oraciones, aunque sé que su fuerza siempre es la misma, tal como Tú eres eternamente el Mismo”.

Cuando ores, habla con Dios frente a frente. Luego, busca la forma de hablar con Él como si lo estuvieras haciendo con un rey, viéndole a los ojos. Habla, también, con la reina celestial, nuestra Madre, como lo haces con cualquier ser que vive; lo mismo debes hacer con los arcángeles y los santos. En tales momentos, que tu corazón no se pierda en cosas banales y que no se aferre a nada, porque, dime: si hablaras con algún rey o alguna reina, ¿te permitirías distraerte con algo insignificante, como ponerte a ver por la ventana a los transeúntes o analizar los objetos que hay en la habitación? ¿No sería esto una ofensa muy seria en contra de ese soberano? ¿Seríamos capaces de hacer lo mismo o algo peor, cuando hablamos con el Señor?

(Traducido de: Sfântul Ioan de Kronstadt, Viața mea în Hristos, Editura Sophia, p. 380)