Cuando venga una tentación, recibámosla con oración
Abran sus brazos, abran sus manos a Cristo, como un pequeñito que ve una fiera y no le teme, porque junto a él está su padre, quien lo recibe en sus brazos. Tal imagen, es decir, ese desprecio, utilícenlo ante cualquier asalto del astuto y cualquier pensamiento.
Cuando vean que viene el espíritu enemigo para encenderlos, no se dejen dominar por el temor, ni se queden viéndolo, mucho menos se esfuercen en sacárselo de dentro. ¿Qué es lo que deben hacer? La mejor actitud que pueden asumir es el desprecio. Es decir, abran sus brazos, abran sus manos a Cristo, como un pequeñito que ve una fiera y no le teme, porque junto a él está su padre, quien lo recibe en sus brazos. Utilicen tal desprecio ante cualquier asalto del astuto y cualquier pensamiento.
En ese momento, cuando su alma necesita luchar, clamen, “¡Señor Jesucristo, ten piedad de mí!”. Reciban todo con oración. Es el secreto más grande. Cuando aparezca la tentación, cuando desprecien al astuto, éste entrará, descenderá y apretará, haciendo lo que sabe mejor, pero no lo que ustedes quieran. Deben, entonces, ponerse en la labor de abrirse a Dios. Sin embargo, para conseguirlo, necesitarán que los ilumine la gracia divina. Si esto no se hace inmediatamente, entonces el astuto se apoderará de ustedes y, aún intentando ustedes alejarlo, ya los habrá atrapado. Escúchenme, que les daré un ejemplo. Una vez le pedí a alguien que hiciera algo por mí. Tal persona no quería hacerlo, diciendo que su saber y entender le decía otra cosa. Yo perseveré, pero el otro, nada... Empecé, entonces, a indignarme. Lo noté. En ese momento, me dirigí a Cristo y enfrenté el mal. Esta tiene que ser la actitud de ustedes. Elevemos las manos a Cristo, y Él nos dará Su gracia.
(Traducido de: Ne vorbeşte părintele Porfirie – Viaţa şi cuvintele, Traducere din limba greacă de Ieromonah Evloghie Munteanu, Editura Egumeniţa, 2003, p. 254)