¡Cuánto orgullo hay en mí, Señor!
Aunque por fuera parezco humilde, atribuyo esa humildad a mi propia virtud y me considero el más íntegro ante los demás, o, en todo caso, menos malo que ellos.
Estoy lleno de orgullo y amor propio.
Todas mis acciones lo confirman: cuando veo algo bueno en mí, deseo hacerlo evidente o jactarme de ello frente a los demás, o al menos complacerme en mi interior. Aunque por fuera parezco humilde, atribuyo esa humildad a mi propia virtud y me considero el más íntegro ante los demás, o, en todo caso, menos malo que ellos.
Su veo que tengo un defecto, trato de cubrirlo con cualquier apariencia, necesidad o falsa inocencia. Además, me enfada cuando alguien no me respeta. De hecho, cuando esto sucede, me confirmo a mí mismo que los demás son unos torpes que no saben apreciar a la gente de valor.
Me envanezco con mis buenas acciones y al fracaso lo considero una cosa ofensiva. Por eso, me alegro cuando también mis adversarios fracasan en lo que hacen.
Aunque me esfuerce haciendo algo bueno, mi propósito es que me elogien, obtener un beneficio espiritual personal, o buscar el confort que el mundo me puede dar.
En pocas palabras, hago de la nada un ideal ante el cual trabajo sin cesar, buscando el placer de los sentidos o el alimento para mis pasiones y apetitos, que sin descanso demandan que los satisfaga.
(Traducido de: Părintele Arsenie Boca, Lupta duhovniceasca cu lumea, trupul şi diavolul, ediție revizuită, Editura Agaton, Făgăraș, 2009, pp. 68-69)