Cultivar pensamientos de humildad
Ese pensamiento, el del publicano y el bandido, es la única cosa que tenemos que guardar para nosotros.
Dios nos amó y murió por nosotros, “siendo pecadores”, dice Pablo (Romanos 5, 8). Es decir que, para que Dios rebosara Su amor sobre nosotros, no hizo falta que nos justificáramos, porque nuestras virtudes no son las que provocan el amor de Dios, ya que Él no es como los hombres, y Su amor existe sin causa que lo origine. Dios no enumera cuántas buenas acciones hacemos ni cuantas maldades cometemos, sino que nos juzga según lo que nos halle haciendo, como Él Mismo lo dijo. Así fue como juzgó al bandido en la cruz, a la mujer adúltera, al fariseo. El fariseo desperdició todo el afán de sus buenas acciones con un solo pensamiento, en tanto que el publicano y el bandido disiparon toda la carga de su pasado, también con un solo pensamiento. Ese pensamiento, el del publicano y el bandido, es la única cosa que tenemos que guardar para nosotros. Lo demás no es sino ensueño y recuerdo. Ensueño es el pecado y también lo son nuestras buenas acciones, si no perseveramos en ellas.
(Traducido de: Ieromonahul Savatie Baştovoi, Dragostea care ne sminteşte, Editura Marineasa, Timişoara, 2003, p. 129)