Palabras de espiritualidad

Darle su espacio al otro en el matrimonio

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Translation and adaptation:

De vez en cuando es importante tratar de estar solos, pero con Dios. Que cada uno tenga un lugar y un tiempo para estar a solas con Dios o consigo mismo. Un apartado para poder respirar.

Que (los esposos) hagan juntos las oraciones de la mañana y de la noche, por muy cansados que se sientan y por expertos que sean en la práctica de la “Oración de Jesús”. Que lean juntos del libro de oraciones. Esta es la primera norma. La segunda es que los maridos digan: “Señor, si ella es el don que me concediste, no permitas que deje de apreciarla. Y, si Tú me diste el mandato de amarla, dame también fuerzas, porque a veces he llegado al punto de no poder soportarla más”. Y entonces Dios hace maravillas. Luego, de vez en cuando es importante tratar de estar solos, pero con Dios. Que cada uno tenga un lugar y un tiempo para estar a solas con Dios o consigo mismo. Un apartado para poder respirar. Una vez, un muchacho vino a buscarme para contarme que se iba a separar de su esposa, porque ya no soportaba que lo estuviera abrazando y besando a cada instante... ¡tres meses después de haberse casado! “Todo el día quiere besarme... y yo lo que quiero es hacer algo distinto, vivir. No puedo más”. Ciertamente, no es bueno sofocar al otro, ocupar todo su espacio. Cada persona necesita tener su propio espacio. Luego, pongamos a prueba nuestros sentimientos. Insisto, los sentimientos no son lo mismo que el amor. El amor, de hecho, no es un sentimiento. En otra ocasión, fue una chica la que vino a quejarse de que ya no podía más con su matrimonio. Y me relató las cosas insufribles que hacía su marido. Tenían casi tres años de matrimonio y estaban a un paso de divorciarse. Yo simplemente le dije: “Mira, no te divorcies, porque a tu pobre esposo no le queda mucho de vida”. “¡¿A quién?!”. “A tu marido”. “¡No puede ser!”, y se fue a toda prisa. Luego de algunas semanas, dándose cuenta de que le había tomado el pelo, vino nuevamente, y me dijo: “¡Desde entonces no puedo dejar de pensar que talvez se muera en menos de tres meses, madre, y siento que lo quiero más!”.

(Traducido de: Monahia Siluana Vlad, Meşteşugul bucuriei vol.2, Editura Doxologia, Iaşi, 2009, p. 121)