Palabras de espiritualidad

De cómo la Madre del Señor me salvó

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

“A la mañana siguiente, cuando le conté el sueño a mi madre, ella me dijo que, aquel día, cuando me vio subiéndome al cerezo, le pidió a la Madre del Señor que me protegiera y me librara de todo mal…”

«Vivimos en la ciudad, y cada fin de semana vamos al huerto que mis padres compraron en un poblado cercano. Hace algunos años, hallándome en ese lugar con mi familia (mi esposo, mi madre y mi hermana), mi marido me preguntó si no quería cortar algunas cerezas. Yo le dije que sí, pero estaba tan ocupada, que lo fui dejando para más tarde. Después del mediodía, luego de haber almorzado, salí afuera con un cesto, decidida a, finalmente, llenarlo de cerezas. Mi esposo puso la escalera bajo el árbol y me suplicó que estuviera atenta a todos mis movimientos, sin tratar de alcanzar las ramas más altas. Cuando lo vi entrar a la casa para seguir haciendo lo suyo, decidí que era el momento de trepar el árbol, como lo hacía desde que era niña. 

El problema es que las cerezas de las ramas más altas eran justamente las que se veían más grandes, más maduras, más hermosas… ¡Esas eran las que yo quería! A mi izquierda había una rama seca y me estiré para romperla, pero no había forma de alcanzarla. Solamente necesitaba un pequeño impulso para poderla coger con la mano… ¡Y así lo hice! Me balanceé un poco sobre la rama donde estaba yo, y me estiré completamente hacia la añorada rama. En ese momento, la rama que me sostenía se rompió. ¡Solo recuerdo una sensación que me pareció haber durado un segundo! Con un ruido seco caí sobre el césped y un grito continuo empezó a salir de mi pecho. El aire solamente salía de mí, ¡no podía inspirar! No sé cómo los demás me oyeron gritar y vinieron tan rápidamente. Los oía hablando, dando gritos… Recuerdo haber fijado la mirada en el cielo azul, en unas aves que iban pasando tranquilamente… y nada más. Ya no vi nada ni oí nada. Todo se quedó en paz, y después, nada. No sé cuánto tiempo estuve en ese estado. Probablemente, muy poco. Después, sentí cómo mi mamá me daba pequeñas bofetadas en la cara para despertarme. Me llevaron en ambulancia al hospital y ahí encontraron que tenía fracturada la pelvis y tres vértebras afectadas. El médico, un hombre extraordinario, me dijo que había tenido suerte, porque el daño en una de las vértebras había estado a punto de llegar a la médula. ¡Un milímetro más, y me hubiera quedado en silla de ruedas para siempre!

Pocos días después del accidente, tuve un sueño. Subía la escalera interior de una casa grande. En un momento dado, los peldaños se rompieron y yo empecé a caer. Conmigo, también las paredes de la casa empezaron a venirse abajo, justo sobre mí. En ese momento, en mi sueño clamé a la Madre del Señor para que me salvara, porque seguía cayendo y los pesados muros de la casa seguramente terminarían aplastándome. Entonces, de forma repentina, empecé a flotar como si fuera una hoja o una pluma. Aterricé suavemente y todo se detuvo.

A la mañana siguiente, cuando le conté el sueño a mi madre, ella me dijo que, aquel día, cuando me vio subiéndome al cerezo, le pidió a la Madre del Señor que me protegiera y me librara de todo mal. Recuerdo bien que, en esos días, yo solía llevar conmigo un trocito de cuerda que estuvo en contacto con el cofre que contiene la Faja de la Madre del Señor.

¡Estoy viva, estoy bien, puedo caminar, puedo correr! ¡Mi Madrecita Santa, mi Señora, mi Soberana me salvó!».

(Testimonio enviado a la redacción de Doxologia.ro por Maria A.)