Palabras de espiritualidad

De cómo la Madre del Señor sanó a un hombre que habría de devenir en santo

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Volviéndose hacia Juan, la Madre de Dios señaló con el dedo a Prójor, y dijo: “Este es de los nuestros”.

En 1780, Prójor (así se llamaba San Serafín de Sarov) cayó gravemente enfermo. Su cuerpo empezó a hincharse y yacía inmóvil en su lecho. No había ningún médico a la mano, por eso era imposible hacerle un diagnóstico. Sin embargo, según los síntomas, algunos decían que se trataba de un caso de hidropesía. Tres años duró aquella dolencia. En total, el enfermo estuvo seis meses en reposo, llorando amargamente todos los días. Sin embargo, nadie le escuchó lamentarse o quejarse una sola vez. Se había entregado en cuerpo y alma a Dios, y se mantenía en oración.

En cierto momento, viendo que la enfermedad no desaparecía, todos empezaron a temer por su vida.

—Hermano Prójor, propongo que llamemos a cualquier médico del poblado más cercano, para que te tome algunas muestras de sangre —dijo el hegúmeno.

—Padre, me he abandonado en las manos del Verdadero Doctor de almas y cuerpos, nuestro Señor Jesucristo, y en las de Su Purísima Madre. Si el amor que siente Usted por mí lo permite, le pido que me dé el medicamento celestial, la comunión con los Santos Misterios —respondió el enfermo.

El stárets José cumplió con lo pedido y se hizo la vigilia de toda la noche. En la Divina Liturgia, los hermanos oraron fervientemente por el enfermo que, después de haberse confesado, comulgó con el Cuerpo y la Sangre de Cristo en su misma celda. En ese momento, ante Prójor apareció la Madre del Señor envuelta en una luz resplandeciente y acompañada por los Apóstoles Pedro y Juan. Volviéndose hacia Juan, la Madre de Dios señaló con el dedo a Prójor, y dijo: “Este es de los nuestros”. Después tocó con su diestra la cabeza del enfermo, e inmediatamente todo el líquido acumulado en aquel cuerpo comenzó a manar de un orificio surgido en el costado derecho. Al poco tiempo, el enfermo había sanado por completo. Y en el lugar en donde se formó aquel orificio, lo que le quedó a Prójor para toda la vida fue un pequeño lunar.

(Traducido de: Un serafim printre oameni – Sfântul Serafim de Sarov, Editura Egumenița, p. 29)