De cómo podemos servir a Dios desde nuestra cotidianeidad
Es justamente en las cosas más sencillas, más banales, que podemos servirle a Dios.
Hay otro tipo de anomalía: todo en casa resplandece, pero la persona no tiene tiempo para orar. ¡No necesitas lavar y pulir cada olla, cada plato, planchar cada camisa, lavar cada media…! Todas esas actividades tan simples deben hacerse para glorificar a Dios, para que el Señor vea que lavamos, que cosimos, que planchamos, que hicimos cola en la tienda pensando en Él, para que Él sienta agrado por nuestra diligencia, para que Él se alegre con nuestra obediencia y nuestra paciencia. Para que Él vea que, sin importar las condiciones, nosotros seguimos siendo fieles a Él, porque de Él hemos aprendido a ser mansos y humildes...
Es importante saber, pues, que, si cumplimos con nuestras obligaciones honradamente, con nobleza, con puntualidad y minuciosidad, nadie nos recompensará ni nos encomiará por ello. Si hacemos esas cosas en nuestro hogar, para nuestra familia, todos asumirán que esa era nuestra obligación.
Y precisamente lo que hacemos, no para ser encomiados, no esperando un “gracias”, sino simplemente porque sentimos que tenemos que hacerlo, es lo más valioso, porque eso es lo que le agrada a Dios, porque estás actuando no para recibir loas, no porque “se te apetece”, sino porque sientes que tienes que cumplir un deber ante Él. ¡Qué gran valor tiene esto! Y es justamente en las cosas más sencillas, más banales, que podemos servirle a Dios.
(Traducido de: Cum să biruim iubirea de arginți, Editura Sophia, București, 2013, p. 20)