Palabras de espiritualidad

De cómo se deteriora el alma del hombre orgulloso

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

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El soberbio se jacta de su “sabiduría”, de sus conocimientos, y se envanece de todo lo que tiene. Su oración se vuelve falsa y fría, sin compunción de corazón… hasta que deja de orar por completo.

En su etapa inicial, el orgullo es difícil de reconocer. Solamente un padre espiritual muy avezado o un psicólogo experimentado pueden identificar con claridad esta pasión en su primera fase.

Aunque el hombre parece comportarse con normalidad, el ojo experimentado puede avizorar en él los primeros rasgos de dicha enfermedad. El hombre se siente satisfecho consigo mismo. Se le ve ufano: canta, sonríe, a veces hasta ríe a carcajadas sin una razón aparente; le gusta hacerse el original, el espiritual; busca atraer la atención de los demás, sin importarle el precio. Le gusta hablar mucho, y en sus conversaciones se repite una y otra vez la palabra “yo”. Sin embargo, si alguien se atreve a contradecirlo, su actitud cambia rápidamente y parece abatido, para volver a florecer cuando le elogien nuevamente. Con todo, y a grandes rasgos, su estado sigue siendo uno luminoso.

Pero, si no se da cuenta de su estado de pecado, si no se arrepiente y no se enmienda, su enfermedad espiritual seguirá creciendo y empeorando.

Es así como en el hombre aparece un sincero convencimiento de ser mejor que los otros. Esta convicción se transforma pronto en una fuerte necesidad de dar órdenes y de disponer, a su gusto, de la atencón, el tiempo y las fuerzas de los otros. Peor aún: se vuelve insolente y se entromete en todo, porque le interesa inmiscuirse en los asuntos de los demás, incluso en aquellos de estricta índole familiar.

En esta etapa, la buena disposición del hombre orgulloso desaparece, cuando encuentra resistencia por parte de aquellos a quienes quiere someter. Esto lo lleva a ser cada vez más irascible, terco, enojadizo e insufrible para quienes le rodean. Como era de esperarse, los demás empiezan a evitar su compañía. Entonces, convencido de que nadie lo entiende, se aleja de todos. La maldad y el odio, sumados al desprecio y la soberbia, son aspectos negativos que vienen a instalarse y enraizarse en su alma. Esta se vuelve fría y oscura. También su mente se ofusca y rechaza cualquier forma de humildad. Su propósito es que se haga únicamente lo que él quiere y lograr que los otros se sientan inferiores, impresionándolos y demostrándoles que tiene la razón. Esta clase de soberbios son los que dan lugar a que aparezcan cismas y herejías.

En la siguiente etapa, el hombre renuncia a Dios... Todo lo que tiene —incluso sus cualidades y virtudes— se lo atribuye a sí mismo. Está convencido de que puede arreglárselas para vivir sin la ayuda de sus semejantes y que puede obtener por sí mismo todo lo que necesita en esta vida Se siente fuerte y vigoroso, aunque su salud sea endeble. Se jacta de su “sabiduría”, de sus conocimientos, y se envanece de todo lo que tiene. Su oración se vuelve falsa y fría, sin compunción de corazón… hasta que deja de orar por completo. Su estado espiritual se oscurece totalmente, aunque él siga creyendo que se halla en el camino correcto e inexorablemente avance, a pasos agigantados, hacia su propia perdición. (Schema-higúmeno Sabas)

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