De cómo solamente el auxilio divino salvó a un monje de una muerte segura
Cuando el guardián abrió las pesadas puertas de hierro de la celda, que rechinaban con un ruido ensordecedor, y el padre vio la oscuridad que reinaba dentro y sintió cómo el aire gélido del lugar le golpeaba el rostro y también el resto del cuerpo, se estremeció y susurró: “¡Aquí sí que es como estar en el infierno!”.
Nos contaba el padre Marcos Dumitrescu que, cuando estuvo recluido en una de las prisiones del régimen comunista rumano, una de las experiencias más atroces que tuvo que enfrentar fue durante un crudo invierno. Aquella prisión tenía unas celdas especiales, destinadas a castigar a los reclusos. En el centro había una torre de muro masivo, y las celdas que la rodeaban tenían una altura de 7-8 metros. Cerca del techo, cada celda tenía unas pequeñas ventanas, con barrotes, pero sin vidrio, para que entrara no solamente el aire, sino también el frío. Ahí fue donde encerraron al padre. Cuando el guardián abrió las pesadas puertas de hierro de la celda, que rechinaban con un ruido ensordecedor, y el padre vio la oscuridad que reinaba dentro y sintió cómo el aire gélido del lugar le golpeaba el rostro y también el resto del cuerpo, se estremeció y susurró: “¡Aquí sí que es como estar en el infierno!”.
A otro reo, mientras estuvo en ese lugar, se le congelaron la nariz, las mejillas y las orejas. Ahí mismo fue donde encerraron al padre Marcos. Y él, debido a que también era monje, comenzó a hacer postraciones e inclinaciones, y después se puso caminar de un lado para otro. Cuando se sintió un poco cansado, hizo una pausa, para nuevamente empezar a hacer sus inclinaciones y postraciones… Así fue como resistó tres días y tres noches en aquel infierno de celda.
Al tercer día, se desplomó, incapaz de hacer más postraciones y orar. No podía moverse más y casi perdió el conocimiento. El padre no podía recordar cuánto tiempo estuvo en ese estado; pero, al volver en sí, se sentía descansado y lleno de vigor. Y sentía tanto calor a su alrededor, que le pareció que alguien había encendido una chimenea en la celda.
(Traducido de: Arhimandritul Ioanichie Bălan, Patericul românesc, Editura Mănăstirea Sihăstria, p. 765)