De cómo un modesto animal puede darnos una lección de humildad y obediencia
Yo siempre aprendo mucho de esos animales. Cuando me ha tocado alimentarlos, muchas veces he terminado llorando, comparando mi dureza con su amabilidad, mi desobediencia con su sumisión.
No hace mucho tiempo, tuve una conversación con un monje de una ermita athonita, sobre la paciencia y la obediencia de los animales de carga utilizados por los monjes para el transporte de cosas pesadas en los abruptos y fatigosos caminos del Santo Monte.
—Esos animales son unos muy buenos maestros para nosotros, hermano —me dijo—. Jamás se lamentan y siempre esperan pacientemente y sin emitir queja alguna al obedecer.
Otro piadoso monje, que tenía a su cargo los animales del monasterio, decía:
—Las mulas cumplen con su deber sin quejarse. Llevan pesadas cargas de leña, aunque llueva o haga frío. Hayan comido o no, no se lamentan. Yo siempre aprendo mucho de esos animales. Cuando me ha tocado alimentarlos, muchas veces he terminado llorando, comparando mi dureza con su amabilidad, mi desobediencia con su sumisión.
(Traducido de: Arhimandritul Ioannikios, Patericul athonit, traducere de Anca Dobrin și Maria Ciobanu, Editura Bunavestire, Bacău, 2000, p. 145)