Palabras de espiritualidad

De cómo una mujer poseída fue salvada de la muerte por un santo

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Los santos de Dios representan la alegría de la Ortodoxia, porque Dios se glorifica “entre Sus santos” (Salmos 150,1) y “con todos Sus santos” (II Corintios 1, 1).

“Los justos viven eternamente; en el Señor está su recompensa” (Sabiduría 5, 14), dice la Santa Escritura.

Esto es justamente lo que sucedió con San Gerásimo. Su alma se separó de su cuerpo con la muerte, pero su presencia siguió viva en el monasterio y en otros lugrares. Sucedía día tras día, y de un modo cada vez más evidente, porque la gran multitud de cristianos que venía con fe a su sepulcro era sanada y también recibía un gran consuelo y paz.

Uno de esos milagros fue la sanación de una mujer poseída por un espíritu maligno, la cual fue llevada al monasterio por su familia para que oraran por ella. Sin embargo, una noche, cuando nadie la veía, la mujer huyó de su habitación y, corriendo en la oscuridad, cayó en el estanque del monaserio. En ese mismo instante, la madre higúmena, junto con las demás monjas, escuchó la conocida voz del santo, quien les pedía que corrieran a salvar a la mujer, porque se hallaba en peligro de muerte. Inmediatamente, las monjas se levantaron y corrieron a buscar a la mujer a su habitación, pero no la encontraron ahí. Pero, con la guía de San Gerásimo, pronto llegaron al estanque. Ahí, vieron algo que las sobrecogió profundamente: la mujer parecía estar de pie sobre el agua, de una forma inexplicable. Entonces, le lanzaron una cuerda y lograron traerla a la orilla, comprobando, no sin una gran alegría, que la mujer estaba bien. Posteriormente, la mujer les relató cómo el demonio la había inducido a arrojarse al agua, y también cómo San Gerásimo vino a salvarla de morir ahogada, manteniéndola sobre la superficie del agua y alejando al demonio.

Este y otros milagros convencieron a las monjas de que lo mejor era trasladar las santas reliquias. Con la bendición y la presencia del representante del Patriarca, el Metropolitano Gabriel de Filadelfia —porque el monasterio es administrado por el Patriacado—, dicho traslado fue puesto en marcha y finalmente las santas reliquias del santo fueron exhumadas enteras, emanando una fragancia muy agradable. El traslado definitivo tuvo lugar el 20 de octubre de 1581, dos años y dos meses después de la muerte del santo.

La alegría de las monjas, como la de los demás fieles, fue inconmensurable. El perfecto estado del cuerpo de San Gerásimo solamente vino a confirmar algo que desde hacía mucho tiempo había convencido a todos: que el asceta y hieromonje Gerásimo Nottara era un santo. La noticia del traslado de las reliquias se difundió en toda la isla y a los pocos días comenzaron a llegar las caravanas de peregrinos para honrarlas. Los santos de Dios representan la alegría de la Ortodoxia, porque Dios se glorifica “entre Sus santos” (Salmos 150,1) y “con todos Sus santos” (II Corintios 1, 1).

(Traducido de: Pr. Constantin Gkeli, Sfântul Gherasim Kefalonitul, traducere de pr. Victor Manolache, Editura Egumeniţa, Galaţi, 2009, pp. 113-114)