De cómo ver a Cristo en las Escrituras y en nuestro corazón
¡Nuestro Cielo en este mundo es el Santo Evangelio! Ahí se nos revela nuestro Señor; se nos muestra, claro está, si tenemos una mente pura.
¿Hacia dónde debemos ver, para poder ver a nuestro Señor Jesucristo? Sobre todo, en dos direcciones: en primer lugar, al Santo Evangelio. La lectura del Santo Evangelio nos revela a nuestro Señor Jesucristo; de hecho, el Evangelio es ya una forma del Cielo. San Juan Crisóstomo dice: “Leer las Escrituras es abrirnos los Cielos”. Luego, ¡nuestro Cielo en este mundo es el Santo Evangelio! Ahí se nos revela nuestro Señor; se nos muestra, claro está, si tenemos una mente pura.
También podemos ver a otro lugar, donde nuestro Señor se revela a aquellos que leen la Santa Escritura. ¿A qué lugar me refiero? ¡A nosotros mismos, en nuestro corazón!
En los textos de venerable Doroteo encontramos un relato sobre un hombre que, hallándose a la orilla del camino, vio a tres individuos pasar cerca de él. Uno de ellos dijo: “Ese de ahí es un ladrón y está observando a los transeúntes para ver a quién le roba”. El segundo dijo: “Seguramente es un pervertido y está buscando la ocasión para pecar”. Y el último dijo: “¡Qué admirable! Para ese hombre, hasta la orilla del camino es un buen lugar para orar”. De hecho, nosotros no sabemos quién era o qué hacía ese individuo a un lado del camino, pero sabemos que cada uno de los viajantes proyectó en él lo que tenía en su interior. El que lo vio como alguien que estaba orando, era, con toda certeza, un hombre de oración, capaz de elevar sus plegarias a Dios desde cualquier sitio. Lo mismo sucede con nosotros: cada uno proyecta sobre los demás su propio estado espiritual.
(Traducido de: Arhimandritul Teofil Părăian, Veniți de luați bucurie, Editura Teognost, Cluj-Napoca, 2001, pp. 172-173)