De cuando la Madre del Señor pidió que hicieran una cruz de madera para su iglesia
Todo esto se hizo para que quedara memoria de aquella aparición de la Santísima Madre de Dios y del milagroso Nicolás. Muchos milagros siguieron ocurriendo en aquel lugar, para bendición de los creyentes.
El sacristán de una parroquia de Tijvin, llamado Jorge, era un hombre con una vida ejemplar, muy piadoso y agradable a Dios. Un 14 de agosto, en las vísperas de la fiesta patronal, se dirigía a la iglesia para cumplir con sus obligaciones.
Aproximadamente a medio kilómetro de la iglesia, sintió un aroma muy agradable, como de incienso. Era la Gracia del Espírutu Santo, porque en aquel lugar habría de mostrarse la Santísima Madre de Dios. Preguntándose de dónde podría provenir semejante fragancia, en medio de aquella soledad, repentinamente vio que ante él se hallaba la Santísima Madre del Señor, de pie en una rama de un imponente ciprés. La Virgen brillaba con una luz indescriptible y en su mano derecha tenía un bastón rojo, en el que parecía apoyarse. Un poco delante de ella había un hombre, muy luminoso también, portando vestimentas de jerarca, con el cabello blanco como la nieve, cuyo rostro se parecía mucho al de San Nicolás.
Viendo el sacristán aquella milagrosa aparición, se llenó de estremecimiento y temor, y cayó al suelo casi desvanecido. El anciano jerarca, acercándosele, lo tocó y le dijo: “¡Levántate y no temas!”. Entonces, aún asustado, Jorge se puso de rodillas y, con las manos cruzadas sobre el pecho, empezó a contemplar lo que sucedía. En ese instante, la Santísima Madre de Dios le dijo: “Cuando llegues a la iglesia, diles a los sacerdotes y a los fieles que no pongan una cruz de hierro en mi iglesia, como es su deseo, sino una de madera, porque así lo quiero yo”. El sacristán, armándose de valor, respondió: “Señora y Soberana mía, no me creerán...”. Entonces, el anciano dijo: “¡Si no te creen, habrá una señal que les hará creer!”. Después de estas palabras, la Santísima Virgen y el jerarca que estaba con ella se hicieron invisibles.
Espabilando, Jorge entendió que quienes se le acababan de aparecer habían sido la Santísima Madre de Dios y el gran jerarca Nicolás, el milagroso. Arrodillándose nuevamente, elevó oraciones de agradecimiento a Dios, por haberle hecho digno de aquella gloriosa visión. Así, al llegar a la iglesia les relató a los sacerdotes y a los feligreses presentes todo lo sucedido. Como había supuesto el sacristán, nadie le creyó, y siguieron con el plan de colocar una cruz de hierro sobre la iglesia. Cuando uno de los trabajadores se subió al techo para intentar colocar la cruz en el sitio previsto, notó cómo repentinamente comenzó a soplar un viento muy fuerte. Acto seguido, sintió como si dos enormes manos invisibles lo tomaran delicadamente, poniéndolo en el suelo.
Entonces, los sacerdotes y los fieles, testigos de semejante milagro, se estremecieron y creyeron en las palabras del sacristán, exaltando a Dios y a la Santísima Madre del Señor, agradeciéndole también a San Nicolás. Después, ordenaron que se hiciera una cruz de madera, misma que fue colocada en el lugar más alto del techo. Al día siguiente, celebraron con gran gozo la consagración de la iglesia, en el día de la conmemoración de la Dormición de la Santísima Madre de Dios. A partir de aquel día, muchos milagros fueron obrados por el ícono de la Santisima Virgen, sanando a muchísimas personas.
Luego de la consagración de la iglesia de la Santísima Madre de Dios de Tijvin, todos los fieles caminaron hasta el sitio en donde aquel justo de Dios, el sacristán Jorge, había visto a la Virgen y al milagroso Nicolás, en donde elevaron oraciones de gratitud. Al poco tiempo, construyeron allí una casa de oración con el nombre de San Nicolás. Y, con la rama del ciprés en donde apareció la Madre del Señor, hicieron una cruz y la pusieron en la casa de oración para su veneración.
Todo esto se hizo para que quedara memoria de aquella aparición de la Santísima Madre de Dios y del milagroso Nicolás. Muchos milagros siguieron ocurriendo en aquel lugar, para bendición de los creyentes.
(Traducido de: Protosinghel Nicodim Măndiță, Minunile Maicii Domnului, Editura Agapis, 2001, p. 393)