De la generosidad como don del cristiano
El generoso siempre obtiene un beneficio, porque trabaja con buena voluntad. Al contrario, aquel que no cultiva la generosidad que Dios le concedió, ese se queda sin provecho alguno.
Padre, cuando veo que tenemos mucho trabajo, el pánico me ataca y me lleno de estrés.
—Si yo estuviera en tu lugar, me esforzaría en terminar tambíén las tareas de las demás monjas. Cuando fui aprendíz de carpintería, recuerdo que el maestro tomó por ayudante a un chico que era mucho más alto y robusto que yo, aunque un poco perezoso. El maestro nos ponía a trabajar, pero el chico prefería sentarse a descansar. “¿Qué? ¿Trabajar para que el maestro se haga rico?”, decía, y no hacía absolutamente nada. Yo le decía: “Escucha, si quieres aprender un oficio, tienes que trabajar”. Pero a él no le importaba. Entonces, mejor me ponía a hacer también lo que le correspondía a él. “Al menos siéntate sobre las reglas de madera en la mesa para que pueda cepillarlas, porque pierdo mucho tiempo sujetándolas con la prensa y volviéndolas a soltar”. Podría haber dicho. “Ya terminé con mi trabajo, he cumplido con mi parte”, y esperar a que viniera el maestro y lo regañara: “¿Y tú qué has hecho? ¿Cómo es posible que este, que es mucho más débil que tú, haya hecho todo?”. Pero ¿no me habría entristecido al ver cómo lo reprendían? ¿Tendría que haberme envanecido porque el maestro me elogiaba, en tanto que al otro lo regañaba? ¿De qué me habría servido todo eso? Finalmente el chico recibió su merecido, porque no aprendió el oficio de carpintero y terminó trabajando con un azadón. El generoso siempre obtiene un beneficio, porque trabaja con buena voluntad. Al contrario, aquel que no cultiva la generosidad que Dios le concedió, ese se queda sin provecho alguno.
(Traducido de: Cuviosul Paisie Aghioritul, Patimi și virtuți, Ed. Evanghelismos, București, 2007, p. 259)