Palabras de espiritualidad

De la igualdad y la sumisión en el matrimonio

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Esposo y esposa son, ante Dios, colaboradores. Ambos son perfectamente iguales, como partícipes del Reino de Dios y herederos de la vida eterna.

En sus epístolas, los Apóstoles hablan de la posición de subordinada de la mujer en el hogar. Con esto no la están denigrando, sino considerando su origen y naturaleza, más complicada y más delicada, que requiere de una especial protección. “El hombre no fue creado para la mujer”, escribe el Apóstol, “sino la mujer para el hombre” (como compañera y auxilio). “Sin embargo, ni la mujer sin el hombre, ni el hombre sin la mujer, en el Señor. Porque si la mujer procede del hombre, el hombre, a su vez, nace mediante la mujer. Y todo proviene de Dios” (I Corintios 11, 9; 11-12).

De las citas anteriores podemos ver la actitud del cristianismo original en lo concerniente al matrimonio. Esposo y esposa son, ante Dios, colaboradores. Ambos son perfectamente iguales, como partícipes del Reino de Dios y herederos de la vida eterna, pero no se pierde en ellos ninguna diferencia determinada por su naturaleza y origen, ni de la culpa que tiene cada uno por la caída. La mujer fue creada del hombre (de su costilla) para ayudarlo, en tanto que el hombre no fue creado para la mujer ni por una mujer (a pesar de ser parido por una).

Completamente igual al hombre, desde la perspectiva de su significado humano y del plan divino, la mujer es, en lo práctico, colaboradora del hombre y depende de él, mientras que este es la cabeza de la mujer, para que ambos vivan según la voluntad de Dios, tal como enunciamos en una de las oraciones que se hacen en el oficio litúrgico del Matrimonio.

(Traducido de: Cum să întemeiem o familie ortodoxă: 250 de sfaturi înțelepte pentru soț și soție, de la sfinți și mari duhovnici, traducere de Adrian Tănăsescu-Vlas, Editura Sophia, București, 2011, pp. 57-58)