De la imagen a la semejanza
El hombre viajero, homo viator, se mantiene durante toda su vida en ese camino de la imagen a la semejanza.
He aquí como es la verdadera persona humana: libre, eucarística, social. Eso que, como dice el stárets Zósima de Dostoyevski, “responde por todos y para todos”. Sin embargo, es necesario agregar una cuarta característica: el crecimiento, el progreso, el avance continuo.
“Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos” (I Juan 3, 2). El ser humano no es estático ni permanece inmóvil, sino que es dinámico. Es un peregrino, un viajero, un homo viator. A menudo, ese dinamismo de la persona es expresado con la separación entre imagen y semejanza de Dios. En el espíritu del autor original del Génesis (1, 26), es probable que estos dos términos no fueran distintos, sino paralelos. Pero, numerosos padres griegos, especialmente San Ireneo de Lyon (s. II), Orígenes (s. III), San Máximo el Confesor (s. VII) y San Juan Damasceno (s. VII-VIII), le dieron sentidos diferentes. Según su interpretación, imagen significa aquello que tiene el hombre desde el inicio y que nunca pierde por completo, a pesar de la caída; por su parte, semejanza es nuestro propósito final, la plenitud de la santidad y de nuestra vida en Dios, nuestra theosis o deificación.
La imagen es el don primordial, otorgado al hombre en el momento de la creación. La semejanza es el objetivo final que el hombre debe alcanzar, utilizando de forma correcta su libertad y con el auxilio ininterrumpido y la Gracia de Dios. La imagen es, frente a la semejanza, lo que la potencialidad ante la realización. La imagen no es suficiente por sí misma, sino que se halla en espera, abierta a lo que habrá de ser, orientada hacia la realización de la semejanza. El hombre viajero, homo viator, se mantiene durante toda su vida en ese camino de la imagen a la semejanza.
(Traducido de: Episcop Kallistos Ware, Împărăţia lăuntrică, Editura Christiana, 1996, pp. 42-43)