De la importancia de honrar el domingo como día del Señor
“¿Has visto, hermano, cuánto bien te hizo una sola palabra para acercarte a Dios y darle un vuelco a tu situación?”.
En un pueblo había dos zapateros. Uno tenía muchos hijos, esposa, padre y madre, y cada domingo asistía a la iglesia. Y todo le iba bien. El otro zapatero no iba a la iglesia, incluso trabajaba los domingos, y su estado de ánimo y espiritual era deplorable. Por eso, lleno de envidia, un día le dijo al otro zapatero: “¿Cómo es posible que todo te vaya tan bien? Yo trabajo más que tú y, sin embargo, cada vez soy más pobre”. El otro, lleno de compasión, le dijo: “Mira, yo asisto con frecuencia a la iglesia. Y, cada vez que voy, en el camino me encuentro alguna moneda de oro. Por eso es que, poco a poco, he llegado al punto en que no me falta nada. Si quieres que vayamos juntos a la iglesia, podemos compartir lo que encontremos”. Y el otro aceptó. No pasó mucho tiempo, hasta que el otro zapatero comenzó a ver los frutos de su nueva vida espiritual, y también material, ahora bendecida por Dios.
Un día cualquiera, viendo el cambio en la vida de su amigo, el primero de los zapateros dijo: “¿Has visto, hermano, cuánto bien te hizo una sola palabra para acercarte a Dios y darle un vuelco a tu situación? Créeme, jamás he encontrado una sola moneda en el camino, aunque te pareciera que lo que yo buscaba era el oro. Pero el Señor dijo: ‘Buscad primero el Reino de Dios y Su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura’; por eso fue que te hablé. Luego, aunque te haya mentido, no me equivoqué, porque ahora estás bien”.
(Traducido de: Cuvinte de la Sfinții Părinți, Editura Episcopiei Romanului, 1997, pp. 20-21)