De la obediencia al padre espiritual en el camino a la salvación
“No hay nadie más desgraciado ni nadie que tienda más a perderse, que el hombre que no tiene quien lo guíe en el camino a la salvación”.
Sin un padre espiritual nadie puede avanzar ni llevar una vida pura. Por eso, el cristiano debe buscar un padre espiritual que sea experimentado en la ‟Oración de Jesús”, para obedecerle y recibir su bendición. El padre espiritual ayudará a su discípulo, tanto con sus palabras y consejos, como en misterio, participándole los dones de la oración. Tal como en la vida terrenal las experiencias se transmiten de generación en generación, lo mismo ocurre en la vida espiritual. Siendo posesor del don de la ‟Oración de Jesús”, el padre espiritual podrá compartírselo a su discípulo, a medida que este crezca espiritualmente. Nos hacemos obedientes, no para desaparecer como personas, sino para lograr que desaparezca el mal que hay enraizado en nosotros, para librarnos de nuestra propia voluntad y para que Cristo nazca espiritualmente en nuestro corazón. Nos hacemos obedientes, pero para poder nacer espiritualmente. La obediencia es indispensable también por el peligro latente de caer en el pecado.
El abbá Doroteo dice: “No hay nadie más desgraciado ni nadie que tienda más a perderse, que el hombre que no tiene quien lo guíe en el camino a la salvación. El cristiano que no es orientado por un padre espiritual en el camino que lleva a la salvación, cae fácilmente en todas las trampas del enemigo”.
Al comienzo, puede que sienta un gran fervor por la práctica del ayuno, el hesicasmo y otras virtudes cristianas. Luego, poco a poco se le irá apagando ese entusiasmo y, careciendo de alguien que le oriente y le ayuda a encender nuevamente aquel fervor, caerá en la desidia y se volverá un siervo de sus enemigos, quienes se burlarán y dispondrán de él a placer. Los Santos Padres dicen: “Si ves al principiante alzándose a los Cielos, siguiendo su propia voluntad, cógelo del pie y tira de él hacia abajo, porque si no terminará siendo atrapado por los demonios”.
También en el mundo los cristianos pueden alcanzar cumbres muy elevadas, espirituales, y llenarse de la Luz Divina, pero deben orar mucho. El que ha cometido pecados graves no puede orar más, porque ha alejado de sí mismo la Gracia del Espíritu Santo. Así, para ayudar a que esta regrese, tiene que leer los textos de los Santos Padres y otros libros de formación espiritual, por medio de los cuales el Espíritu Santo vendrá a iluminar su mente. Por su parte, aquel que ha renunciado al mundo para entrar al monasterio, en donde obedece y consulta a su padre espiritual, avanza mucho más, porque:
1) En primer lugar, no deja que su imaginación vuele libremente para encontrar la solución a las cosas que hace. De esta manera, purifica su mente no sólo de pensamientos malos y complicados, sino también de los más simples, concentrándola lo más posible en la práctica de la “Oración de Jesús”.
2) En segundo lugar, aprende a preguntar y a obedecer. Y aconsejarte con tu padre espiritual significa salvarte. Ahí en donde hay obediencia, hay también humildad, que es la fuente de la obediencia misma. Con esto, el espíritu del orgullo, el maligno, no puede entrar ni traer su terror a nuestra alma.
Durante la escalada espiritual, en esta santa labor, la obediencia es absolutamente necesaria. Debemos empezar orando con la bendición de un sacerdote experimentado. Él será quien nos guíe, el que establecerá el programa de nuestra vida espiritual y nuestra regla de oración. Él nos ayudará a caminar en la senda imperial de la salvación.
El padre espiritual nos muestra la santa voluntad de Dios. Los cristianos que quieran avanzar en la “Oración de Jesús” tienen que participar con la mayor frecuencia posible en los oficios litúrgicos diarios —diurnos y nocturnos— en algún monasterio (confesándose y, si es posible, ayudando en las distintas tareas que se hacen ahí, con la bendición del stárets). Haciendo esto, recibiremos grandes bendiciones celestiales y podremos reconocer, a la luz de la Gracia Divina, nuestras pasiones y debilidades.
(Traducido de: Cleopa Paraschiv, Arhim. Mina Dobzeu, Rugăciunea lui Iisus, Editura Agaton, Colectia „Rugul aprins”, Făgăraș, 2002)