De la oración que no cesa
Dios prefiere que nosotros mismos oremos por nuestros problemas personales, en vez de pedir que otros lo hagan.
La oración es un medicamento. Pero, si no sabemos cómo tomar este medicamento, nunca podremos gozar de sus propiedades. Los beneficios de la oración incesante se nos dan a conocer a partir del texto evangélico de la mujer cananea, quien no dejaba de clamar: “¡Ten piedad de mí, Señor!” (Mateo 15, 22). De esta forma, lo que se les rechazó a los apóstoles, se le concedió a esta mujer, siendo recompensada por su paciencia. Como podemos ver, Dios prefiere que nosotros mismos oremos por nuestros problemas personales, en vez de pedir que otros lo hagan.
(Traducido de: Sfântul Ioan Gură de Aur, Problemele vieții, Editura Egumenița, Galați, p. 188)