De la paciencia y la justicia de Dios
La justicia divina viene usualmente de forma inesperada y golpea al incrédulo. Esto es algo innegable, aunque muchos de nuestros contemporáneos quieran excluir la realidad de la justicia divina, deseosos de mostrar a Dios como un ser amoroso que todo lo permite, a Quien, en consecuencia, no necesitamos temer.
No es correcto interpretar determinados sucesos concretos de una forma simplista, porque podríamos terminar tergiversando el juicio de Dios. Sin embargo —y en términos generales—, podemos decir que la justicia divina a menudo obra ya desde esta vida, como cuando Dios castiga al descreído por demostrar su falta de fe. Hay situaciones en las que Dios permite que ocurra algo. De acuerdo con San Gregorio de Nacianzo, “todo lo que es de nosotros, en manos de Dios está” y “nada sucede sin el concurso de Dios”. No obstante, hay cosas que le agradan a Dios y por eso las bendice, y hay otras que no, pero las tolera y permite que ocurran.
Ahora bien, ¿cómo distinguir cuando Dios obra de una manera u otra? Nosotros, los hombres, con nuestra limitada mente, no podemos discernir cada caso en particular. La justicia divina viene usualmente de forma inesperada y golpea al incrédulo. Esto es algo innegable, aunque muchos de nuestros contemporáneos quieran excluir la realidad de la justicia divina, deseosos de mostrar a Dios como un ser amoroso que todo lo permite, a Quien, en consecuencia, no necesitamos temer. “¡Haz lo que quieras!”, dicen ellos, “… basta con decir ‘Amo a Dios’”. Pero la Iglesia no está de acuerdo con semejante forma de pensar. Ni la Escritura ni los Santos Padres. ¿Qué dice la Biblia sobre Herodes? El pueblo gritaba, aclamándolo: “¡Es un dios el que habla, no un hombre!” (Hechos 12, 22). “Pero inmediatamente le hirió el Angel del Señor porque no había dado la gloria a Dios; y convertido en pasto de gusanos, expiró” (Hechos 12, 23).
(Traducido de: Arhimandritul Epifanie Theodoropulos, Toată viața noastră lui Hristos Dumnezeu să o dăm, Editura Predania, București, 2010, pp. 97-98)