Palabras de espiritualidad

De la vida del Santo Jerarca Juan del Monasterio Râşca

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Este vaso elegido del Espíritu Santo tenía, especialmente, dos grandes virtudes: la oración pura acompañada de lágrimas y un inefable amor por Cristo y por los demás. Por medio de estas dos virtudes supo vencer las tentaciones del enemigo y, purificando su mente y su corazón, llegó a ser un verdadero portador de Cristo, lleno de mansedumbre y humildad.

Santo Jerarca Juan, del Monasterio Râşca (siglos XVI-XVII)

Este santo jerarca de la Iglesia Ortodoxa de Rumanía era originario de Suceava. Sus padres se llamaban Jorge y Anastasia. En el año de 1560 entró, como hijo espiritual del obispo Macario de Roman, en la comunidad del Monasterio Râşca, del cual llegaría a ser higúmeno y padre espiritual. Entre 1598 y 1605 fungió como obispo de Huşi; más tarde sería obispo de Rădăuţi, entre 1605 y 1608, año en que fue elegido Metropolitano de Moldova. Sin embargo, renunciando a esa función, se retiró a su monasterio original y al poco tiempo partió a la morada celestial. Su vida, tan llena de santidad, nos ha quedado en gran parte desconocida, oculta en Cristo. El primero en darlo a conocer y en honrarlo fue el piadoso Metropolitano Dositeo de Moldova.

El venerable Juan de Râşca, “obispo santo y milagroso”, como habría de llamarle el Metropolitano Dositeo, entró siendo muy joven a la vida monástica, teniendo como mentor al obispo Macario de Roman, quien también era su confesor. De él aprendió la doctrina que aparece en los libros, en tanto que de los anacoretas de la montaña aprendió la acción semejante a la de los ángeles, la “Oración del corazón” y el saber cuidar la mente de todo pensamiento impuro, esos que vienen del demonio. Así, en poco tiempo se hizo un verdadero y experimentado monje.

Este vaso elegido del Espíritu Santo tenía, especialmente, dos grandes virtudes: la oración pura acompañada de lágrimas y un inefable amor por Cristo y por los demás. Por medio de estas dos virtudes supo vencer las tentaciones del enemigo y, purificando su mente y su corazón, llegó a ser un verdadero portador de Cristo, lleno de mansedumbre y humildad. En aquellos tiempos no había un monje más experimentado que él en los monasterios de la región. Fue también un gran practicante y maestro de la “Oración de Jesús”.

Poco después de ser ordenado sacerdote, el venerable Juan fue elegido higúmeno y padre espiritual del Monasterio Râşca, porque a todos los aconsejaba y consolaba con sus palabras, guiándolos en el ascenso espiritual con su ejemplo de vida. Como higúmeno reunió a su alrededor un grupo numeroso de monjes y perfeccionó el trabajo espiritual empezado por el obispo Macario. Asimismo, visitaba a los ascetas que vivían en la montaña, llevándoles los Santísimos Dones, y se quedaba algún tiempo con ellos, especialmente durante los períodos de ayuno. Bajo la guía de este santo higúmeno, el Monasterio Râşca alcanzó el más excelso de los florecimientos espirituales.

Por todo su denuedo y virtud, el venerable Juan recibió el don de obrar milagros y de ver las cosas que habrían de ocurrir. Por esta razón, venía gente de todas las aldeas a buscarle, pidiéndole sus santas oraciones, confesándole sus pecados y recibiendo sanación, porque era el padre espiritual de todos, y todos le honraban como a un hombre santo y lleno de don.

En 1574, los paganos invadieron la región y ocuparon numerosos poblados y monasterios del centro de la Moldova rumana. Muchas personas lograron librarse de la muerte, gracias a las oraciones y a la bondad del venerable Juan. Así, reuniéndolos a todos en los jardines del monasterio, atemorizados por los turcos, el manso higúmeno les dio refugio, alimento y consuelo, con una gran esperanza en la misericordia de Dios. Luego, conociendo con el espíritu que también el Monasterio Râşca habría de ser asaltado por los turcos, ordenó que se hiciera una vigilia de toda la noche, celebrándose también la Divina Liturgia, y dándoles a todos los presentes la Santa Comunión. Al amanecer del día siguiente, bendijo a todos, le dio de comer y después los envió a esconderse en lo profundo de la montaña. Después, el gran stárets pidió que se desmontaran la campanas del monasterio y fueran arrojadas al estanque, para que los paganos no las fundieran. De igual modo, ordenó que todas las demás reliquias del monasterio fueran enterradas; después, tomando el ícono del Santo Jerarca Nicolás, patrón del monasterio, se arrodilló y rodeó la iglesia junto con los demás sacerdotes. Después, abrazándose y besándose las mejillas, se despidieron y se dirigieron a la espesura, a las celdas de los beatos eremitas, y allí vivieron durante tres años, hasta que hubo paz en el país.

Viendo el Metropolitano de Moldova la obra del venerable higúmeno Juan, en 1598 le eligió Obispo de Huşi, aún en contra de su voluntad, cargo que ejerció durante siete años, manteniendo su forma de vida anterior, como en el monasterio, siempre rodeado de los fieles. Dirigió la Diócesis de Rădăuţi durante tres años. Tiempo después fue elegido Metropolitano de Moldova y, amando más la paz y la oración que la honra pasajera, el venerable obispo Juan, pidiendo perdón, se retiró al sosiego de Râşca. El resto de su vida lo pasó practicando la oración y la humildad, hasta entregarle su alma a nuestro Señor Jesucristo.

¡Santo Jerarca Juan, ruega por nosotros, pecadores!

(Traducido de: Arhimandrit Ioanichie BălanPatericul românesc, Editura Mănăstirea Sihăstria, pp. 181-182)