De las cualidades del sacerdote
La Iglesia, como institución divina, fundada por el Señor y renovada por la venida del Espíritu Santo —que descendió sobre los Santos Apóstoles, quienes que constituían la persona espiritual de la Iglesia, tiene el Espíritu, pero como el Espíritu permanece en la Iglesia de Cristo para siempre,
En la celebración de los Sacramentos no contribuye en absoluto la plenitud moral del sacerdote oficiante, ni el nivel de fe que tenga, o si le falta algo de ello, porque él es un mero instrumento de la Iglesia, y para la Iglesia es que él trabaja. Y Dios da Su Gracia para la Iglesia. Si es indigno, tendrá que rendir cuentas por su osadía, pero, con todo, los sacramentos que él oficia son válidos.
Si fueran necesarias la perfección moral y una fe impoluta para que el sacerdote pudiera celebrar los Santos Sacramentos, no habría más ninguna certidumbre en la Iglesia, sobre que en ella está la salvación y que es universal y apostólica, la esposa sin mancha de Cristo, a la cual se le ordenó celebrar los misterios que se le enseñaron para perpetuar la labor redentora del Señor. Porque ¿quién de los que aceptan la necesidad de determinadas cualidades morales y espirituales en los sacerdotes para la celebración de los Santos Sacramentos, creerá que la Iglesia ha conservado en ella el Sacerdocio y el don para celebrar los Santos Misterios, habiendo transcurrido ya veinte siglos desde la fundación de la Iglesia? Porque, ¿quién podría probar o garantizar, respecto a la ordenación de sacerdotes y obispos, que todas estas ordenaciones a lo largo de los siglos fueron realizadas por obispos íntegros y morales? Por supuesto, nadie.
Si los Sacramentos, por falta de cualidades religiosas y morales de los sacerdotes y obispos, fueran imperfectos e incompletos, y si no descendiera la Gracia en el Bautismo y en la Ordenación Sacerdotal, los bautizados quedarían sin bautizar y los sacerdotes y obispos quedarían sin santificar. Y, entonces, la Iglesia carecería de personas santas y de cualquier don otorgado a ella por parte de los Apóstoles. Pero no es así. La calidad moral o religiosa de los sacerdotes no contribuye en absoluto a la realización de los Sacramentos, porque todo depende de la Iglesia, porque solamente ella, habiendo recibido la Gracia necesaria para absolver y santificar, celebra los Sacramentos por medio de sus santos órganos.
La Iglesia, como institución divina, fundada por el Señor y renovada por la venida del Espíritu Santo —que descendió sobre los Santos Apóstoles, quienes que constituían la persona espiritual de la Iglesia, tiene el Espíritu, pero como el Espíritu permanece en la Iglesia de Cristo para siempre, la Iglesia, independientemente de la moral o la fe del pueblo, tiene el Espíritu en ella para siempre. La Iglesia es Cristo, porque es Su cuerpo y Él es su cabeza. La Iglesia es la persona que vive eternamente, que perpetúa la obra redentora de Cristo el Salvador, conserva el tesoro que le ha sido confiado y custodia la verdad de la Gracia. Por lo tanto, “columna y baluarte de la verdad es la Iglesia”.
El patriarca Jeremías, respondiendo a los teólogos de Tubinga, escribe lo siguiente: “Aunque los Sacramentos sean oficiados por sacerdotes indignos —y estos no se beneficien en nada, e incluso se perjudiquen a sí mismos—, aquellos que los reciben sí que se santifican y se benefician. Porque la Gracia Divina, que actúa a través de personas indignas, opera y los sacramentos se cumplen. [...] El Mismo Cristo actúa por medio de todos los sacerdotes, incluso si estos son indignos, y esto sucede para que el género humano sea salvado”.
El divino Gregorio de Nacianzo dice en su discurso sobre el Bautismo: “Cada sacerdote es digno de confianza para purificaros; le basta, de entre los ‘carismas’ que ha recibido, solo el poder de perdonar los pecados que no han sido confesados públicamente. Pero vosotros, quienes buscáis la sanación, no juzguéis a vuestros jueces, no examinéis la dignidad de aquellos que os purifican de los pecados, no hagáis elección ni tengáis preferencias por quienes os han engendrado (espiritualmente). Que poco os importe si uno es mejor y otro menor. Cada uno de ellos es mejor que vosotros... pensad en quienes os bautizan. Uno puede superar al otro en vida espiritual, pero el poder del Bautismo es uno solo”.
Sobre la celebración de los Sacramentos
Los Sacramentos se celebran por la gracia y la acción del Espíritu Santo, siendo el sacerdote un instrumento al servicio de la Iglesia, y confieren santificación a quienes participan de ellos. La eficacia y la plenitud santificadora de los Sacramentos, como realidades espirituales autónomas, no dependen ni del sacerdote que los imparte ni de la perfección moral o del grado de fe del receptor. El Sacramento ha sido celebrado, el sol ha amanecido, la Gracia ha sido derramada, la Palabra ha sido proclamada; quienes tienen ojos han visto, quienes poseen sensibilidad espiritual han percibido, quienes tienen oídos han escuchado, y quienes disponen de entendimiento han comprendido. Pero los ciegos, los sordos, los insensibles y los de mente estrecha permanecieron dormidos. Estos, en el día del Juicio, no tendrán excusa, pues por su propia voluntad perversa se privaron de la Gracia que salva. La reflexión aquí se dirige a los miembros de la Iglesia, ya que los Sacramentos se administran únicamente a los fieles. En lo que respecta a los no creyentes forzados a participar en los misterios sagrados, al tratarse de realidades divinas, estas no pueden ser coaccionadas ni profanadas. En tales casos, los sacramentos ni se celebran verdaderamente, ni se consagran, ni comunican santificación, puesto que Dios, quien actúa en todas las cosas, no reconoce ni aprueba tal imposición.
(Traducido de: Sfântul Nectarie de Eghina, Studii despre Biserică, despre Tradiție, despre dumnezeieștile Taine și despre slujirea în Duh și adevăr, traducere Laura Enache, Editura Doxologia, 2016, pp. 159-162)